Lo que Gramsci puede enseñar a la derecha española

ANDRÉS OUVIÑA QUEIRO

Es habitual tener una conversación con alguien con una tendencia más progresista y que te diga que vivimos en un país más de derechas que de izquierdas. Y viceversa, hablar con alguien de derechas y que te diga que, evidentemente vivimos en un país más de izquierdas que de derechas.

Cuando intentas profundizar un poco en esta idea, observas que cada persona llega a esa conclusión de distintas maneras y en función de la forma en la que percibe la realidad que le rodea. Si conversas con una persona con una ideología claramente de izquierdas, suele argumentar que vivimos en un país con una economía de mercado donde el estado no interviene en todo lo necesario, mientras que, si es de derechas, suele expresar su queja debido a que la mayoría de personas están de acuerdo con políticas de mayor intervención estatal. Nunca llueve a gusto de todos.

Lo cierto es que, en líneas generales, en el mundo apenas existe un país con un sistema puro, es decir, que sea una economía de mercado sin intervención por parte del estado, o viceversa, un país con una economía planificada al máximo donde el estado es omnipotente. Por el contrario, solemos encontrarnos a países que combinan una economía de mercado con un mayor o menor grado de intervención del estado en distintos aspectos de la vida de la ciudadanía.

Ahora bien, cuando pensamos si somos de izquierdas o de derechas, tendemos a pensar que hemos llegado a esa conclusión después de un pausado proceso de reflexión, en el que tras sopesar los problemas que vemos en nuestro entorno, consideramos cuales podrían ser las mejores soluciones. ¿Medidas de izquierdas o derechas?

Desafortunadamente esto no funciona así, sino que, en la mayoría de casos, cada persona se identifica más con una ideología u otra de acuerdo a sus valores y su visión del mundo, valores y visión del mundo que son resultado de un proceso de socialización y de la aceptación de determinados consensos que cada uno de nosotros damos por válidos y correctos, rechazando todo aquello que no encaje con nuestra perspectiva o visión del mundo.

Dicho de otra forma, que cada uno de nosotros apoyamos una idea, tenemos una preferencia o una ideología, y después intentamos reforzarla con argumentos que a nuestro parecer son lógicos. Esto quiere decir que por medio de distintos procesos de socialización -familia, televisión, cine, amigos, universidad- adoptamos una visión del mundo de una forma no racional, y después de hacer esto, intentamos darle sentido a esta visión con argumentos.

En España por ejemplo ¿Somos más de izquierdas o de derechas? Una vez más, si le preguntas a alguien de derechas te dirá que hay más gente de izquierdas, mientras que si le preguntas a alguien de derechas te dirá que sus conciudadanos son más de izquierdas. Para no quedarnos con la duda, nos remitiremos a los datos que vieron la luz en un estudio de la Fundación BBVA sobre los valores de los europeos. Este estudio se realizó entre abril y julio del año 2019 en los cinco países europeos más grandes, -España, Italia, Reino Unido, Francia y Alemania- con una muestra de 1500 ciudadanos y con unos resultados muy interesantes.

En líneas generales se concluye que, dentro los principales países europeos, los españoles son los que más se identifican con la izquierda en una escala de 0 a 10 (el 0 corresponde con la extrema izquierda y el 10 con la extrema derecha). Algunos datos a tener en cuenta sin ánimo de profundizar en el estudio son que:

  • España es el país que más se autoidentifica con la izquierda, ya que la media de los españoles se sitúa en el 4’4 mientras que por ejemplo los británicos se sitúan en un 4’9.
  • El espectro de población que se auto ubica en la extrema izquierda es el doble en España que en el resto de países europeos. Mientras que en España el 20% de los encuestados se sitúa en la extrema izquierda, en el resto de países europeos solo se sitúan en ese espectro un 10%.
  • Los jóvenes españoles son los europeos que más se autoidentifican con la extrema izquierda, un 31% se identifica con la extrema izquierda, mientras que tan solo un 8% de los jóvenes europeos dice pertenecer a este espectro.

Como dice el director de la Fundación BBVA, estos datos ¨no son un indicador directo del voto, pero sí son un indicador que muestra el modo de ver y estar en el mundo¨.

Vemos pues, que en España predomina mayoritariamente -de acuerdo a este estudio- una visión de izquierdas del mundo. Ahora bien, ¿De dónde viene esta visión del mundo que tienen los españoles? Y lo que es más importante, ¿Supone un reto o un hándicap comunicativo para los partidos de derechas?

Habíamos dicho con anterioridad que nuestros valores y nuestra visión del mundo son el resultado de un proceso de socialización que está influenciado por distintos ámbitos. A este respecto es interesante rescatar la teoría de un personaje histórico muy interesante, un marxista italiano llamado Antonio Gramsci (1891- 1937), quien estudió el poder desde dos perspectivas, por un lado, el poder como coerción, que llamó estructura, y por otro lado el poder como consentimiento, la superestructura.

Gramsci decía que el poder estaba conformado por estas dos caras, la fuerza o coerción, y el consentimiento. Según el italiano, tradicionalmente se había intentado llevar a cabo la revolución modificando la estructura, es decir, revoluciones que intentaban acabar con las relaciones sociales dominantes y con el sistema político y económico dominante, para posteriormente cambiar la superestructura, es decir, la forma de pensar de la gente.

Para Gramsci esto suponía un error, ya que lo que había que hacer en primer lugar era cambiar la superestructura, es decir, la forma de pensar de la gente, y posteriormente el cambio en las relaciones sociales y en el sistema económico se daría solo, ya que sería la propia ciudadanía, cuya mentalidad habría cambiado, la que reclamaría y llevaría a cabo de forma gradual y paulatina el cambio en la estructura.

Es decir, que Gramsci creía que, si quieres cambiar el sistema y modificar la forma de pensar de la gente hay que hacerlo por medio del consentimiento, y este viene dado a través de distintos medios de socialización: Iglesia, teatro, cine, radio, literatura, instituciones, colegios, universidades, etc.

De esta forma, la tesis que el italiano defendía se basaba en que el consentimiento en la sociedad, el hecho de decir: ¨Yo opino esto, porque es lo lógico y lo normal¨, es algo absolutamente crucial en la configuración del poder, ya que, de conseguirse, se estaría creando el pensamiento mayoritario o lo que Gramsci llamaba hegemonía. Dicho de forma sencilla, son esas instituciones citadas arriba las que “enseñan a pensar” a la gente de una determinada forma y las que configuran nuestra forma de percibir el mundo que nos rodea. La pregunta que nos tenemos que hacer en este punto es si esto que proponía el marxista italiano es aplicable en nuestra sociedad actualmente.

Nada hace pensar que esto no sea así, puesto que, si bien han pasado décadas desde que Gramsci expuso su teoría, lo cierto es que las formas de socialización política no han cambiado mucho, salvo por la existencia de nuevos medios de comunicación de masas como puede ser la televisión o la existencia de internet, elementos que, en lugar de limitar el efecto del poder como consentimiento, lo amplifican.

Siguiendo con la pregunta que nos hacíamos con anterioridad: ¿De dónde viene esta visión del mundo -de acuerdo a una ideología más progresista- que tenemos en España? Podemos decir que lo más probable es que sea resultado de unos procesos de socialización política que se sitúan más cercanos a un posicionamiento político de izquierdas o progresista que a uno conservador. Esto quiere decir que, por ejemplo, en los medios de comunicación de masas existen más periodistas con opiniones más cercanas a postulados progresistas que conservadores, que en las series españolas se muestran personajes con unas ideas progresistas y no conservadoras, que los artistas más influyentes tienden a posicionarse más cercanos a una ideología de izquierdas, etc.

Esto no es ni bueno ni malo, es simplemente un proceso que pondría de manifiesto que en términos culturales -desde una perspectiva gramsciana- la izquierda española tiene la hegemonía cultural de la que hablaba Gramsci, es decir, la capacidad para establecer lo que es lo normal y lo más aceptado socialmente, lo que crea consensos y lo que no.

No entro a valorar si esto es positivo o negativo, ya que la cuestión no es esa. De lo que se trata es de pensar en qué situación estratégica se encuentran los partidos conservadores y de derechas en España, ya que esto supone que, a la hora de construir su discurso y sus marcos mentales, es decir, la forma en la que gente percibe el mundo que le rodea, los partidos de derechas españoles se encontrarían claramente en una situación de desventaja.

Si la mayoría de marcos, o al menos una parte significativa de los que utilizan los españoles, son marcos propios de la izquierda, la derecha tendrá que ser capaz de analizar esos marcos, disputarlos uno por uno y crear marcos nuevos con los que una mayoría de españoles se puedan identificar.

Por poner un ejemplo, un marco que hoy está claramente en desuso por parte de la derecha, y que debería ser un marco ampliamente utilizado por estos partidos, es el marco libertad, más propio de un partido de derechas -puesto que son liberales- que de un partido de izquierdas, que suelen identificarse más con el marco igualdad. El marco libertad es un concepto abstracto contra el que nadie se atrevería a situarse, puesto que nadie está en contra de la libertad, y que serviría como un agregador transversal que puede ser útil para acercarte a sectores que de otra forma no se identificarían contigo.

Recientemente hemos visto con la irrupción de Vox en el panorama político español, que un marco que estaba en desuso era algo tan simple como la identificación con el propio país, es decir, España. Hasta ahora ningún partido se había identificado de forma tan clara y sin ambages con el marco España y con la bandera nacional. Hasta este momento los partidos de derechas -Partido Popular y Ciudadanos- habían utilizado otros símbolos u otros marcos con los que buscar la identificación del electorado, pero tanto el uso de España como la bandera nacional habían sido relegados a un segundo plano. Esto ha cambiado con Vox, que utiliza la bandera nacional como un agregador de voluntades políticas, un agregador que en tanto que estaba “huérfano” ha sido recogido por la formación de Abascal y ha obligado a las otras formaciones de derechas a empezar a utilizar el marco España y la bandera nacional de una forma más clara.

Es normal y lógico que los partidos, bien sean de derechas o izquierdas compitan y se disputen los mismos marcos e intenten adueñarse de ellos: democracia, igualdad, progreso, decencia, estabilidad, austeridad. Pero lo que no pueden hacer las distintas formaciones de derecha es tan solo competir por los marcos de la izquierda, tienen que ser capaz de crear marcos en los que la gente se vea reflejada, marcos que sirvan de agregadores políticos y que aglutinen al mayor número de electores de la forma más transversal posible.

Por otro lado, tendrán que ser capaces de utilizar esos marcos que consideren efectivos en aquellos medios de comunicación donde puedan tener mayor visibilidad, con el objetivo de introducirlos en la esfera pública, es decir, las formaciones de derechas tendrán que tener la capacidad de crear marcos que consigan disputar la hegemonía de la izquierda para que aquellas personas que estén viendo un programa de televisión, escuchando la radio, o viendo un canal de información política en YouTube piensen que aquella opinión que están escuchando no es disruptiva o se sale de lo aceptado como lo “normal” -lo hegemónico-, sino que lleguen a decir: “Pues claro, esto que está diciendo este líder político es lo normal, lo que yo pienso”.

Si la derecha consigue hacer eso, estará en igualdad de condiciones con la izquierda, ya que tendrá la oportunidad de disputarse la hegemonía de la que hablaba Gramsci. Si no lo consiguen, siempre podrán utilizar los marcos de la izquierda, adaptar su discurso al discurso de la izquierda y dejar que sean los partidos de izquierdas los que decidan lo que es lo normal y lo aceptado socialmente. En sus manos está hacer ese trabajo.

 

Andrés Ouviña Queiro es politólogo, especializado en comunicación y marketing político, consultoría y campañas electorales (@Queiro_A)