Delije y Grobari, ultras por Serbia más allá de la anécdota

CELIA CASTELLANO

“La pelota siempre ha estado ahí. En tierra de nadie, en casa de todos. Nunca protagonista del todo, aunque siempre presente”, relata el periodista Toni Padilla en su Atlas de una pasión esférica. Porque la pelota, el fútbol, en su inmersión en la vida, te seduce, te mueve, te arrasa desde las entrañas. Sí, siempre está ahí, en Belgrado, en el lapso de los doce minutos a pie que separan los dos principales estadios del país, en el suburbio de Autokomanda, hogar de una rivalidad eterna y una afición entregada. Aunque en los Balcanes, frecuentemente, la pelota es una excusa de consenso que moviliza otras pasiones.

Y en ese movimiento constante, esa confusión pactada de endorfina, cánticos, sudor, humo y embestidas, está la crisis, el cambio. La deriva. Como pasar de ser el FK Crvena Zvezda (Estrella Roja) que creó La Liga Juvenil Antifascista de Serbia Unida en 1945 a ser más conocidos por el etnonacionalismo pegajoso, de un ambiente viciado, que latía en los años 70, creció en los campos de fútbol en los 80, se consolidó en los 90 y que llega hasta nuestros días junto con insultos, palizas y altercados, dentro y fuera de Serbia. Juego precario de un club que volvió en 2018 a la Liga de Campeones tras 26 años de un quiero y no puedo, siempre con el recuerdo de aquella victoria de rápida absorción contra el Olympique de Marsella en Bari, en mayo de 1991, antes de que la guerra quebrara el fútbol balcánico. Pero tremendo espectáculo de sus ultras.

Un buen amigo serbio, ilustrado analista de bar y casa de apuestas, diría que son los “guardianes, soldados, hijos y padres”, que forman los Delije (valientes), apalancados en el fondo norte del Marakana desde los años 70, cuando el estadio se convirtió en un refugio para disidentes del régimen comunista. Vehiculando un hooliganismo que se nutre de la tradición italiana y británica, ahora dejan claro en su web que “¡Kosovo es Serbia!” y que “los únicos amigos son los hooligans del Olympiakos, Gate 7, y los del Spartak de Moscú”, la gran alianza ortodoxa. Tienen unas magníficas amistades y levantan los tres primeros dedos, símbolo religioso muy utilizado por los ultranacionalistas serbios, popularizado en los años 90.

Delije son testosterona en vena, no por ello poco compleja, que se enfrenta desde 1947 en el derbi más violento de Europa contra la primera línea de defensa del FK Partizan, los Grobari (sepultureros), nombre que le pusieron sus propios rivales y que engloba varios subgrupos. Estos no se quedan atrás, si de marcar línea dura se trata. Así lo reflejan en su carta de presentación: “Mi smo Grobari, Najjaci smo, najjaci!” (Somos los Grobari, los más duros), famosos por el secuestro de hinchas croatas del Split en 1981 en el Hotel Palaz, entre otras “hazañas”.

Creado en octubre de 1945 dentro de las fuerzas armadas yugoslavas, podría decirse que el Partizan fue el club más yugoslavista. No obstante, ese patriotismo del sistema de equilibrios étnicos de la SFR Yugoslavia de Josip Broz Tito (aunque no con poco control gubernamental), en una región de seis repúblicas y cinco nacionalidades, con cuatro idiomas, tres religiones y dos alfabetos, duró poco.

En 2007, la UEFA descalificó al equipo porque una parte de la hinchada exhibió camisetas con el rostro del comandante Radovan Karadžić y el exgeneral Ratko Mladić, ambos actualmente condenados por crímenes de guerra y por el genocidio de Srebrenica durante la guerra de Bosnia (1992-1995) por el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia. En 2014, de nuevo la UEFA sancionó al Partizan porque la grada exhibió una pancarta que rezaba “sólo judíos y cobardes” en un partido contra el Tottenham.

Las diferencias ideológicas entre los ultras del Partizan y del Estrella Roja actualmente son mínimas, a excepción de algún subgrupo antifascista dentro del abanico de los Grobari, tristemente residual.

Hoy en día, se estima que alrededor de un 48% de los serbios son seguidores del Estrella Roja y un 45% del Partizan, mientras que un 5% sigue a otros equipos. En su historia yugoslava, el Estrella Roja ganó 19 campeonatos, y es el único club de la ex Yugoslavia en ganar la Copa Intercontinental, mientras que el Partizan ganó 11. Pero el currículum poco importa días antes de un enfrentamiento local. El buen juego no abre los titulares sobre un derbi eterno en el que nadie gana.

Así fue en 1999 cuando un ultra del Estrella Roja murió a causa de un cohete lanzado por hinchas del Partizan. En septiembre de 2007, un radical del Estrella Roja fue sentenciado a ocho años de cárcel por matar de una puñalada a un aficionado del Partizan en una pelea. En 2013, los altercados llegaron a tal nivel que detuvieron a 104 hooligans, entre ellos, 4 rusos y 20 ciudadanos de Bosnia y Herzegovina, donde el Estrella Roja despierta algunas simpatías, especialmente en Republika Srpska, la entidad serbia de las dos que componen el país desde los acuerdos de Dayton de 1995. Dos años más tarde, se suspendió un partido durante 45 minutos porque los ultras lanzaron banquetas y bengalas a los antidisturbios.

Las dos tribunas mantienen un enfrentamiento visceral e histórico, no compartido por toda la hinchada, pero no siempre se mataron entre ellos. Todo es negociable.

 

Paréntesis en la rivalidad interna

Decía Ramón Lobo que “el fútbol es una teatralización de la guerra”, pero esa frase dejó de tener sentido el 13 de mayo de 1990. “¡Zagreb es Serbia!” vitoreaban casi 4.000 Delije en el tren camino de Zagreb hacia un partido contra el Dinamo, en el estadio de Maksimir. Una semana antes, la Unión Democrática Croata (HDZ), encabezada por Franjo Tudjman, ex general del Ejército Popular Yugoslavo (JNA), conseguía la victoria con un 40,8% de los votos y se acercaba a la independencia de una de las repúblicas más ricas de la región, en pleno proceso de desmembramiento.

Comenzó la tangana con enfrentamientos directos entre los Delije y los Bad Blue Boys, radicales del Dinamo de Zagreb, principales representantes del nacionalismo croata, con los que la policía serbia estaba siendo francamente dura, y acabó con la famosa patada del jugador croata Zvonimir Boban que derribó a un policía serbio. Lanzamiento de piedras, ácido para quemar vallas, una odisea de golpes y cuchilladas en los costados. Más de una hora se tardó en desalojar el campo. Meses más tarde se iniciaban las guerras de secesión yugoslavas. Fútbol contra el enemigo, de Simon Kuper, podría haber comenzado esa noche.

Durante ese partido, Željko Ražnatović, más conocido como Arkan, exagente en los 70 de la Policía Secreta Yugoslava, exconvicto en Bélgica y un amancebado del crimen organizado, era el encargado de la seguridad de los jugadores del Estrella Roja, contratado por la Seguridad del Estado. En septiembre de 1990, Arkan dominaba la grada de los Delije, por indicación del jefe del Servicio de Seguridad del Estado, Jovica Stanišić, con tal de que la violencia de los mismos no se volviera en contra de las autoridades serbias en los albores del conflicto.

Con el inicio de la guerra de los Balcanes, los estadios de Yugoslavia se vaciaron para integrar a sus hooligans en el ejército y las milicias paramilitares que luchaban por sus respectivas causas nacionales, en ese reparto de fronteras, dibujado con escuadra y cartabón. Entre ellos, ultras del Estrella Roja, Partizan, Dinamo de Zagreb y Hajduk Split. El 11 de octubre de 1991, Arkan fundaba en el monasterio de Pokajnica la Guardia Voluntaria Serbia, posteriormente conocida como los Tigres de Arkan, de férrea disciplina y cabeza rapada, controlada por la “vojna linija” (línea militar), hombres de confianza del entonces presidente Slobodan Milošević. Arkan sería juzgado en 1999 por crímenes de guerra y asesinado en un hotel de Belgrado, el 15 de enero de 2000. Uno de los autores del crimen, había pertenecido a sus Tigres.

Este grupo paramilitar llegó a aglutinar más de 9.000 miembros, entre ultras del Estrella Roja y criminales varios, para luchar por “la Gran Serbia”. Entre sus integrantes, aunque los menos, se contaban algunos radicales del Partizan, que también lucharon en unidades del Ejército regular y otras milicias. Los Tigres de Arkan, protagonizaron la matanza de la ciudad croata de Vukovar, la masacre contra la población bosnia de Bijeljina y el ataque de Zvornik, entre otros.

El 22 de marzo de 1992, durante un derbi eterno, un grupo de paramilitares de los Tigres de Arkan bajaron al campo con señales de tráfico como “Bienvenidos a Vukovar” y otros indicadores de ciudades caídas, vociferando Srbija do Tokija (Serbia a Tokio), una de las consignas de la tradición futbolística serbia tras ganar la Copa Intercontinental, cántico que sería utilizado recurrentemente durante la guerra. Ambas gradas aplaudieron.

Pero tampoco es necesario remontarse al ya manido recurso de la guerra para la colaboración entre dos enemigos naturales. En 2001, grupos radicales ultranacionalistas unieron sus fuerzas para boicotear el Gay Pride, la primera marcha gay autorizada en Serbia, país profundamente ortodoxo. Así, tanto hinchas del Estrella Roja, como del Partizan, junto con grupos como el Movimiento Nacional Serbio 1389, protagonizaron numerosos actos de violencia. Al grito de “muerte a los maricones”, las escenas se repetirían años más tarde, destacando la suspensión del desfile del Orgullo Gay por amenazas contra asociaciones de homosexuales en 2009, y la celebración del año 2010, cuando los disturbios acabaron con 207 personas detenidas y 17 manifestantes heridos. Estarían orgullosos.

El jefe de prensa del Estrella Roja coje el teléfono mientras conduce por Belgrado. Entre que fuma y conduce apenas se le entiende, pero tampoco se necesitan muchas palabras para la burocracia balcánica. Que sí, que ha recibido el email, que cuando queramos vayamos a por las acreditaciones para el partido del 2 de marzo entre el Estrella Roja y el Partizan, en el Estadio Marakana. Y que ojo con los alborotadores, de cualquiera de las dos tribunas.

Porque aquí hay normas, y la norma inquebrantable es que, la noche del partido, Belgrado es suya, y la pelota esa excusa por la que dar la vida. Al menos hasta que encuentren una causa mayor por la que aliarse.

 

Celia Castellano Aguilera es periodista y máster en Historia Contemporánea y miembro de la Asociación SomAtents de Reporterismo (@17Mn).

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