Ciudad de Bohane, de Kevin Barry

LAURA HUERGA

Ciudad de Bohane es la ciudad del vicio y la corrupción, de las mafias y de la perdición. Hasta aquí nada nuevo bajo el sol. ¿Qué rincón de nuestro mundo humano no está sometido a estas leyes? Pero Ciudad de Bohane es, en realidad, una distopía.

Ganadora del Premio IMPAC y del Premio de Literatura de la Unión Europea, la novela ha sido comparada con Brazil de Terry Gilliam o Blade Runner de Ridley Scott. Puede que tengan en común esa mirada vacía, del que no espera nada mejor, pero a partir de ahí todo cambia.

Es el año 2053, la Ciudad de Bohane respira rutina y decadencia, pero sobre todo resignación. La Era Perdida forma parte de la historia de Bohane, una historia reciente, porque algunos de sus personajes la vivieron, la recuerdan. Pero la Era Perdida ya pasó. Sólo quedan fotos amarillentas de equipos de fútbol que alguna vez ganaron algo y las drogas y las navajas automáticas con las que unos se matan a otros o a sí mismos, porque ya no queda ninguna esperanza.

Algo pasó, pero nadie nos lo explica. Nuestros ojos recorren unas calles y plazas sin coches, sin móviles, sin tecnología. No existe internet y las noticias sólo son accesibles a través de la radio o de la prensa escrita. Entre ellos se comunican con cartas, de las de papel y bolígrafo. Si bien se puede leer que este futuro sea una mirada nostálgica al pasado, no parece que Barry pretenda considerarlo así. No es nostalgia, es eliminar lo prescindible para explicar lo que importa y, a su vez, crear una atmósfera oscura, de vuelta al pasado, en el que ya no se vislumbra ninguna capacidad para crear un futuro.

El lenguaje que se usa también es interesante, así como los registros lingüísticos. La lengua ha evolucionado, más para unos que para otros. Curiosamente, las personas que tienen más poder utilizan un registro más culto, ¿tendrán reservado para ellos el privilegio de la enseñanza? Pero no se habla de escuelas, ni de educación, en toda la novela. Se impone la idea de que la educación nos hace libres y de que ellos son prisioneros de su ignorancia.

Las referencias son múltiples y poliédricas. The Wire, The Sopranos o Gangs of New York son tan presentes en el libro como lo son en nuestra vidas. Son parte de nuestras ciudades, en presente contínuo y también el drama de las personas que arrastran tras de sí, drogas, asesinatos, pobreza… Pero de alguna manera estas ficciones nos hacen disfrutar, ¿tanto separamos nuestra realidad de lo inventado cuando sabemos que tan cerca están? Los equilibrios de poder, su ambición y los cambios en nuestras preferencias sobre los personajes según avanza la novela son dignos también de compararse a los de Juego de tronos.

Sin embargo, lo más interesante de Ciudad de Bohane es que tiene una fuerte carga política y también de reflexión, pero no es evidente. El lector tiene que leer entre líneas los paralelismos entre nosotros y aquellos individuos que ya lo han perdido todo pero buscan un hueco, una grieta de supervivencia aunque sea a costa de matar a otro. La pobreza y la miseria de Bohane, su putrefacción evidente, son espejos en que mirarnos cada vez que sabemos que alguien se muere de hambre o en el océano, y culpamos al sistema con la cantinela de que no está en nuestras manos hacer nada para cambiar las cosas. Y es que el libro está lleno de personas a quien les iría bien que les echaran una mano pero todo el mundo mira a otro lado.

El sistema político y económico parece una evolución verosímil de lo que ya tenemos. En España, la política y los medios de comunicación son controlados por los poderes fácticos y, véase también, un IBEX 35 que sugiere qué combinación de partidos políticos le iría mejor al mercado. En Ciudad de Bohane es una mafia que, con dinero, puede comprarlo todo. Como en todas partes, un capitalismo feroz, individualista y patriarcal lo domina todo. Parece que hace tiempo que la justicia, los derechos, la igualdad o la posibilidad de un mundo mejor dejaron de importar. No queda nada. La policía sirve al poder, las portadas de los periódicos también, aunque esto, en realidad, no dista en absoluto de lo que ya vivimos. Así como el político de turno que servirá a los intereses de quien le pueda dejar en una mejor posición de la que ya se encuentra. Si alguna esperanza le queda a nuestro mundo, son los movimientos sociales, las personas que sí creen que nuestro mundo puede ser mejor y que luchan cada día por ello y para todos.

Hay que mencionar también sus toques de humor, sus guiños. La gran habilidad de Barry para recoger decenas de referentes cinematográficos y televisivos para convertirlos en una obra de literatura. Si normalmente es el cine el que se alimenta de las grandes obras de la literatura –o de las que son más guionizables–, Barry efectúa el recorrido inverso. Si alguna cosa chirría y es fruto de las mismas fuentes, es la necesidad de sus personajes de vestir bien, aparentar una imagen de bonanza, con zapatos caros y bien lustrados, o en el caso de los adolescentes con la imagen más de moda y exagerada. Pero no es absurdo, nosotros mismos estamos supeditados a la importancia de la imagen y es cierto que eso potencia el individualismo y la distancia con el otro. La creación de la marca propia para vender nuestro propio trabajo o la presión social que delimitan ciertos patrones a imitar o superar son la base de una sociedad que vive bajo el peso de la apariencia. Además de la distracción que esto supone sobre lo que importa, es más importante aparentar ser feliz que ser feliz, es más importante parecer solidario que serlo, es más importante aparentar tener una vida de película que ser honesto, coherente o generoso.

Lo más interesante es que en esta ciudad gana la fuerza, la violencia, quien la ejerza con más contundencia y acierto. Como en una partida de ajedrez, los que se juegan el control de la ciudad moverán sus peones, a los adolescentes matones, sacrificándolos a veces a cambio de nada. Moverán sus alfiles, cabecillas de estos grupos, vigilándolos de reojo, pues pueden ser sus próximos rivales y a los que tienen que atar corto, en Bohane se da fácil la traición. Forzarán sus caballos, los hombres de confianza, a cambio de una mejor posición para su torre, su espacio, su territorio. Y se someterán a su reina, esa directora invisible que lo sabe y lo puede todo, pero que nadie puede alcanzar. Nos conmoverán sus piezas como si fuéramos nosotros, movidas a su antojo, y nos impregnarán de su deseo de poder y sus ambiciones, como si fueran nuestras. Y de todos ellos nos quedaremos con que incluso en la miseria son capaces de amar y de encontrarse, aunque sea por un instante fugaz.

Y es así como funciona todo. Se sacrifican políticas de igualdad, de bienestar, que protejan a grupos vulnerables. Se sacrifican la educación y la sanidad públicas, tildándolas de “gasto” pero se etiqueta como “inversión” el cambio de decoración de la Zarzuela, el tapizado de los sillones del Congreso o las infraestructuras, ese gran agujero negro por el que nos han robado tanto dinero. Lo que importa, lo que debería importar, es asegurar comida, casa, salud y educación para todos. Pero parece que ese ha sido el primer peón que hemos sacrificado para avanzar los demás, una casilla más, sin darnos cuenta de que nosotros mismos somos peones y la próxima pieza que no se podrá salvar.

 

Laura Huerga es editora de Raig Verd Editorial (@LauraHuergaRV)

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Libro traducido por Javier Calvo