John Rawls

JAVIER CARBONELL

Para John Rawls, la pregunta fundamental de la filosofía política es ¿cómo es la sociedad justa? Según el profesor de Harvard, es posible llegar a una respuesta tras una larga cadena de razonamientos, sin embargo, primero es necesario encontrar un modo de razonar de manera objetiva e imparcial. Para ello, el autor de Teoría de la Justicia (1971) recurre a la teoría contractual y se imagina una asamblea de todos los miembros de una sociedad que deben decidir qué forma tomará esta antes de comenzar a vivir en ella (lo que él llama la “posición original”). Lo especial de esta asamblea con respecto a las de Locke o Rousseau es que no está compuesta por personas reales. En la posición original nadie sabe si nacerá en una familia rica o pobre, cuáles serán sus habilidades ni tampoco sus gustos, género, color de piel, edad, etc. Los miembros de la asamblea están detrás del “velo de la ignorancia”. Así pues, al eliminar todo aquello que separa a los humanos, Rawls espera que el razonamiento que salga del debate de la asamblea sea totalmente imparcial. Esto es debido a que nadie querrá favorecer a un grupo social sobre otro puesto que no saben si ellos acabarán perteneciendo al grupo desfavorecido. Lo que pretende Rawls con ello es eliminar la posibilidad de un sistema que otorgue “bienes sociales” (dinero, prestigio, derechos, libertades, etc.) a un grupo determinado por razones arbitrarias, esto es, simplemente por nacer en él.

Rawls considera que los miembros de la asamblea llegarían a la conclusión de que la sociedad perfectamente justa estaría regida por los siguientes dos principios (en su versión simplificada):

1.- Igualdad en la repartición de derechos, libertades y deberes básicos.

2.- Las desigualdades sociales y económicas, por ejemplo, las desigualdades de riqueza y autoridad, sólo son justas si producen beneficios compensadores para todos y, en particular, para los miembros menos aventajados de la sociedad (the worse-off).

Estos principios están ordenados por importancia, esto quiere decir que las desigualdades económicas justificadas por el segundo principio jamás pueden afectar a la igualdad en derechos y libertades aseguradas por el primer principio.

El primer principio sigue a la mayoría de teorías liberales que le preceden al otorgar a todas las personas derechos y libertades básicos como las libertades de pensamiento, expresión y asociación o el derecho a no ser esclavizado ni torturado. Rawls considera que sin estos derechos básicos no puede llevarse una vida digna, y, por ello, nadie en la posición original querrá desprenderse de ellos bajo ninguna circunstancia.

Los miembros de la asamblea también podrían rechazar cualquier desigualdad en cuestiones económicas y sociales, puesto que nacer en el grupo de desfavorecidos podría sucederle a cualquier miembro y se le perjudicaría por una razón arbitraria. Sin embargo, Rawls rechaza esa idea. Él argumenta que en la posición original se permitiría un cierto grado de desigualdad, puesto que si no, aquellos que podrían hacer avanzar la sociedad (inventores, científicos, médicos, emprendedores, etc.) carecerían de los incentivos necesarios para poner el esfuerzo que sus avances requieren. Una sociedad totalmente igualitaria apenas avanzaría de su situación porque el inventor no tendría incentivos para inventar si, tras todos sus esfuerzos, se le recompensa igual que a aquellos que no se han esforzado nada. Es necesario permitir cierta desigualdad económica y social para permitir un sistema que incentive a “los mejores” (the talented) a hacer avanzar la sociedad.

Sin embargo, Rawls piensa que los miembros de la asamblea también rechazarían una sociedad totalmente meritocrática. Esto es porque, en el fondo, “los mejores” de una sociedad lo son en gran parte por razones arbitrarias, esto es, por razones ajenas a su esfuerzo o a sus decisiones. Así, sabemos que nacer en una familia rica ayuda enormemente a conseguir mejores puestos en la sociedad y nacer en una familia pobre lo dificulta, ya que, por ejemplo, el de la familia rica puede dedicarse en exclusiva a estudiar y a sacar buenas notas, mientras que el de la familia pobre tendrá menos posibilidades de tener un buen rendimiento, ya que es posible que deba trabajar al mismo tiempo. Como nadie decide nacer en una familia u otra (es una “lotería social”), los miembros de la posición original no querrán recompensar a un grupo que no merece esa recompensa.

Pero Rawls va más allá y rechaza también una sociedad meritocrática en la que hubiese una completa igualdad de oportunidades. Es decir, una sociedad en la que nacer en una familia pobre o rica no importase en absoluto a la hora de prosperar en la vida. Rawls también repudia ese modelo puesto que aquellos que han nacido con un mayor talento, inteligencia o fuerza tenderán a prosperar más que aquellos que no han tenido la suerte de nacer con esos atributos. Puesto que esta “lotería natural” también es arbitraria, ya que nadie decide nacer más tonto o débil que otros, tampoco está justificada una desigualdad en el reparto de bienes económicos y sociales.

Rawls se encuentra en una encrucijada, necesita un cierto grado de desigualdad para incentivar a “los mejores” a hacer avanzar la sociedad, pero al mismo tiempo esa desigualdad es arbitraria puesto que “los mejores” lo son en gran parte por su suerte en las loterías social y natural. La solución de Rawls (su gran aportación a la filosofía política) consiste en el segundo principio de justicia, (llamado “el principio de la diferencia”) que dictamina que las desigualdades económicas y sociales (pero no las referentes a derechos y libertades) sólo pueden estar justificadas si benefician al conjunto de la población, especialmente a los más desfavorecidos, más que una situación de completa igualdad. Es decir, sólo si recompensar a “los mejores” más que al resto mejora la posición de aquellos que están peor, puede justificarse una desigualdad. Si la desigualdad económica y social tiene como resultado que unos ganan y otros pierden, entonces para Rawls no está justificada. Las desigualdades sólo serán aceptadas por los miembros de la posición original si todos ganan con ella. Así, aquellos que hayan nacido en una situación desfavorecida aceptarán recompensar arbitrariamente a “los mejores” puesto que eso mejorará también su posición.

Deben entenderse los principios de justicia de Rawls como un intento de combinar los principios de eficiencia, mérito e igualdad de manera que pueda obtenerse lo mejor de todos ellos evitando sus peores consecuencias. Resulta curioso que, aunque la obra de Rawls sea muy abstracta, las conclusiones de los miembros de la asamblea hipotética sean notablemente parecidas a la forma de nuestra sociedad actual. Ellos diseñan un sistema en el que todos tienen los mismos derechos y libertades (estado de derecho) y en el que los bienes económicos se distribuyen a través de una competición basada en el mérito que provoca desigualdades (sistema capitalista) que se ven reducidas por un Estado que distribuye a todos los miembros de la sociedad, especialmente a los más desfavorecidos (estado de bienestar). Es decir, la sociedad perfectamente justa de Rawls es una visión idealizada de las economías mixtas de mercado del mundo occidental. Esto nos permite situar al teórico Rawls en su contexto social como el más importante defensor filosófico de la socialdemocracia moderna.  

Javier Carbonell cursó el Máster en Relaciones Internacionales en la London School of Economics tras graduarse en Ciencia Política y Estudios Hispánicos. (@javierccll)

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