A clockwork orange. Violencia, libre albedrío y disidencia.

MERITXELL BENEDÍ

We all live in a yellow submarine

Veinte años. Facultad de Historia de la Universidad de Barcelona. Aulas, bar y biblioteca. Cineclub, Historia Contemporánea y Cine, Pensamiento y Cultura Contemporánea. Hay que ver Kubrick, hay que ver A clockwork orange (1971). La violencia. La ultraviolencia.

Revisitar A clockwork orange dos décadas después de la primera vez. Superar la muralla de la ultraviolencia y ver “lo que antes no podía ver”: el debate sobre el libre albedrío y la disidencia. Sobre la resistencia individual y la colectiva.

Argumento conocido, basado en la novela de Anthony Burgess. Primera escena de referencia en el cine de Kubrick. Alex y sus drugos, cuadrilla de sádicos, dignos representantes del mandato de la masculinidad, como lo define Rita Segato. La espectacularización del dominio del cuerpo de las mujeres, del territorio. Palizas, violaciones, Beethoven y el Korova Milk Bar.

Una estética icónica, plástica, futurista y falócrata, donde las mesas son mujeres y las mujeres sólo existen en relación con el protagonista: madre, víctima(s), médica(s). El cuestionamiento del liderazgo y la traición de sus drugos, que le llevan a la cárcel. La cárcel que le lleva a participar en el experimento Ludovico, llamado a revolucionar la sociedad.

 

Violencia y poder

“Cochino mundo porque no hay ley ni orden. Los jóvenes se meten con viejos como yo. Nadie se preocupa por restaurar la ley y el orden. Patria querida, yo muero por tí.”

En un Reino Unido blanco gobernado por la ultraderecha, el vínculo con la familia, el entorno y la comunidad es inexistente. Alex y sus drugos son el producto perfecto de la sociedad en la que viven. Manada avant-la-lettre, son incapaces de “tratar con lo diferente, con lo que es radicalmente otro que nosotros” (Zambrano, 1948). No van a clase y viven de noche, sustituyendo las interacciones por la ultraviolencia y el sexo por las violaciones como modo de vehicular la náusea generacional.

Así, los episodios de ultraviolencia se suceden unos a otros veloz e impunemente de menor a mayor impacto para las víctimas: la paliza al viejo homeless borracho, el intento de violación y la pelea con otra banda en el teatro, el asalto a la casa del escritor y su mujer y finalmente el asesinato en la finca de reposo.

Pero el clímax de la ultraviolencia coincide con el cuestionamiento de su autoridad por parte de sus drugos. Porque Alex es un líder mediocre, paradigma de la masculinidad patriarcal, que confunde poder y autoridad y mide su poder en relación al tamaño de su miembro o al miedo que genera en otros. No calcula que ni una cosa ni otra no son suficientes para conseguir que una mujer tenga un orgasmo o que tres descerebrados lo sigan a ciegas. Y, en la medida en que identifica el poder con el miedo, es enormemente vulnerable.

 

Libre albedrío

“Pronto vamos a necesitar espacio para los presos políticos.”

En este Reino Unido blanco gobernado por la ultraderecha, cuando la ultraviolencia no es directamente controlada por el estado, es reconducida hacia la cárcel o fagocitada por la policía. Alex es un producto del laissez faire del gobierno que, cuando se pasa de listo, se convierte en su víctima, en la medida en que ejerce la ultraviolencia como freelance. Y los drugos son fagocitados por el sistema, que compra su fuerza de trabajo ultraviolenta y la integra en la policía.

¿Cómo puede ser a la vez víctima un violador, déspota y asesino? Cuando ha crecido con el beneplácito del gobierno. Cuando entra en prisión y está en situación de ser abusado por los que, como él, niegan lo diferente. Cuando el gobierno, en previsión del crecimiento de la población penitenciaria, ensaya nuevas técnicas de rehabilitación más eficaces y eficientes que la cárcel. Cuando el gobierno sustituye las interacciones, el vínculo, la intervención social por la tecnificación. Cuando decide participar en el experimento Ludovico, una técnica pionera para reformar el comportamiento de la población penitenciaria, eliminar el libre albedrío y controlar a la población.

La ciencia, aliada desde la Ilustración con el capitalismo y el imperialismo (Harari, 2014), tiene una respuesta a la ultraviolencia. Aunque, de hecho, ésta es una respuesta al libre albedrío: es su mera negación. La técnica Ludovico anula la capacidad de decidir sobre las propias acciones y la sustituye por la decisión del gobierno.

 

Disidencia

“Nuestro partido prometió restaurar la ley y el orden”

En este Reino Unido blanco gobernado por la ultraderecha, Alex se convierte en un éxito del gobierno. Su objetivo es eliminar el mal, y el tratamiento funciona. Pero, ¿qué es el mal? ¿Quién lo decide? ¿Hasta cuándo?

Alex regresa a los episodios de ultraviolencia: a su casa, al viejo homeless, a los drugos, a la casa del escritor y su mujer. El escritor se revela como un disidente que intenta frustrar los planes del gobierno, desprogramando a Alex y retornándolo a su naturaleza original.

Así como la ultraviolencia es la excusa del gobierno para implantar un régimen totalitario, el escritor se propone instrumentalizar el fracaso de la técnica Ludovico para impedir los planes del gobierno.

La primera vez que llega a su casa y la asalta, destruye su biblioteca. El escritor es el único que lee y escribe en A clockwork orange. ¿Es el único que tiene pensamiento crítico? De hecho, es el único que quiere que Alex recupere el libre albedrío, en la medida en la que recuperar el libre albedrío significa recuperar la moral de la humanidad.

El escritor se propone recuperar la capacidad de decidir individual y colectivamente qué instrumentos utilizar contra el poder establecido.

La capacidad de decidir sobre el bien y el mal es, a la vez, la capacidad de decidir performativamente y según el contexto qué está bien y qué está mal. De cuestionar el poder y el statu quo, que tienen capacidad de resignificar el bien y el mal.

El escritor/disidente fracasa en el mismo momento en el que Alex no tiene éxito en su intento de suicidio. Y entonces el gobierno no falla en reprimir, controlar y eliminar la disidencia. Raramente falla.

 

Llibertat preses i exiliades polítiques

Ese Reino Unido blanco gobernado por la ultraderecha, ¿dónde está?

En el mainstream de medios de comunicación estatal, Atresmedia y Mediaset, que cosifica a las mujeres.

En una ética patriarcal que se niega a sí misma y no se nombra, en la medida en la que poner nombre a la desigualdad es el principio del fin de los privilegios.

En los partidos que niegan los derechos de las mujeres, las conquistas del feminismo y nos reducen a cuerpos que deben ser controlados.

En la derecha heredera del franquismo, la derecha cool y la ultraderecha legitimada por los pactos de gobierno, la FAES, el mainstream de medios de comunicación estatal o los resultados electorales.

En los consejos de administración de las empresas del IBEX 35, que tiene atado y bien atado el régimen del 78.

En el mismo régimen del 78, que intenta acabar con cualquier intento de redistribuir el poder o de sacudir el statu quo, o con la disidencia.

En el mismo régimen que construye el relato de la violencia utiliza el poder judicial y las cloacas del Ministerio del Interior para espiar a gobierno y oposición, fabricar pruebas falsas y encarcelar a la disidencia.

En el mismo régimen que nos quiere redimir de nosotras mismas, negándonos el libre albedrío. Ése régimen.

 

Meritxell Benedí es historiadora, máster en Estudios del Mundo Contemporáneo yen Dirección Pública. Tiene alguna idea sobre políticas sociales, género e inmigración.

Descargar en PDF

Ver más artículos del monográfico 08: distopias políticas

 

Bibliografía:

Yuval Noah Harari; Sapiens. A Brief History of Humankind. New York: Harper, 2014

María Zambrano; “Para una historia de la piedad”, en La Cuba secreta y otros ensayos. Madrid: Endymion, 1996.