Ley general de ferrocarriles

Señores, el Sr. Ministro de Fomento ha empezado manifestando cierta extrañeza por el calor con que yo había tratado esta cuestión, y yo debo decirle que por el contrario, cuando se me concedió la palabra, pensé no hablar, al ver lo desiertos que se hallaban los bancos; pensé no hablar, porque veía con sentimiento que cuando se trata una de las cuestiones más importantes para el país, no estuviesen los bancos de los Diputados como cuando se tratan las cuestiones políticas, a las cuales se les da más importancia de la que debe dárseles. Porque, señores, podréis dar muchos derechos políticos a los pueblos; podréis dar más o menos amplitud a su conciencia y a su entendimiento; pero si [3.863] no dais su verdadera importancia, la importancia que merecen, a estas cuestiones que afectan directamente los intereses del país, conseguiréis hacer, en vez de un pueblo feliz y rico, un pueblo político descamisado.

Y, señores, al ver que los bancos estaban desiertos, me desanimé en tal disposición, que ni aun quise hablar, y hubo necesidad hasta de que se me excitara. Tomé la cuestión con frialdad, y únicamente cuando hablé del Puerto de Vigo, y algunos Sres. Diputados quisieron hablarme en favor de los demás puertos de la costa de Galicia, fue cuando tomé algún calor, pero no para combatir el dictamen de la Comisión, sino para combatir la idea equivocada que algunos Sres. Diputados tienen, lastimosamente, a mi juicio. Por lo demás, el calor con que yo manifiesto las ideas es natural, es de siempre.

También ha dicho el Sr. Ministro de Fomento que yo había equivocado el giro de la cuestión, pues había empezado a tratar de los artículos particulares. Yo no he leído ni un solo artículo particular; he tenido el dictamen de la Comisión en la mano, y no he leído más que el preámbulo de la ley a medida que iba hablando. El preámbulo es, pues, lo que he combatido, y no recuerdo haber leído más que la cuarta disposición del artículo 9.°, porque, en efecto, no tenía necesidad de hacerme cargo sino del preámbulo, dado que en él están las bases, están los puntos cardinales de la ley de que se trata, no los puntos de detalle, de los cuales trataré después. Por lo tanto, no he equivocado el giro de la discusión, y en esto contesto al Sr. Navarro y al señor Ministro de Fomento. Si he hablado de detalles, culpa será de la Comisión, que ha puesto detalles en el preámbulo, pues yo no me he salido del preámbulo de la ley.

Dice el Sr. Ministro de Fomento:» el Sr. Sagasta no ha tomado la cuestión como debía tomarla. ¿Satisface la ley las exigencias del día? ¿Está conforme con los adelantos de la época?» Satisface, en parte y en parte no satisface, Sr. Ministro, que es lo que yo he procurado demostrar. Por eso la he combatido en unos puntos y en otros la he aprobado; la he aprobado en lo que creo que satisface esas exigencias, y la he combatido en lo que creo que no las satisface.

Dice el Sr. Ministro de Fomento: ¿qué línea importante está olvidada en el dictamen? ¡Pues sólo faltaba que a la Comisión se le hubiesen olvidado líneas que en último resultado no es ella quien las ha clasificado, sino que las tiene clasificadas el país! Yo no he dicho que a la Comisión se le haya olvidado ninguna línea; lo que he dicho es que ha querido clasificar y no lo ha conseguido, que había clasificado mal, que hacia mal en dejar tan profundos vacíos, tanta vaguedad en una ley que ha de dar lugar a muchas cuestiones, a muchos compromisos, a muchos disgustos y a no pocas complicaciones.¡Sólo faltaba que la Comisión se hubiese olvidado de alguna al tratarse de un corto número de líneas que ella no clasifica! Pues qué, ¿podrá tener la pretensión de haber hecho una clasificación que tiene hecha el país?

El Sr. Ministro de FOMENTO (Luxán ): La tiene hecha la naturaleza.

El Sr. SAGASTA: ¿Pues cómo ha de olvidar la Comisión lo que ha hecho la naturaleza? No se le ha olvidado ninguna; pero se le ha olvidado fijarlas como es conveniente, y por eso las he fijado yo.

Decía el Sr. Ministro de Fomento: el Sr. Sagasta, que aquí proclama tan alto que para estas cuestiones no debe atenderse más que al bien público, debe olvidarse de la localidad; y sin embargo lleva la línea por Castilla. ¡Si creerá el Sr. Ministro que yo llevo la línea por Valladolid porque tengo allí mi casa, y quiere que pase por mi puerta! Yo, Sr. Ministro, vivo muy lejos de Valladolid; si quiero llevar la línea por Castilla, es porque tal es la clasificación hecha por el país más de una vez.

Si el Sr. Ministro cree que me guían miras de localidad, se ha equivocado S.S. altamente; ni en esto ni en nada me dejo llevar de intereses de localidad, ni menos de intereses personales.

También ha combatido el Sr. Ministro de Fomento mis ideas relativamente a que la clasificación debe dejarse a la industria particular, y con este motivo S.S. ha manifestado grande extrañeza de que yo opine de esta manera. Decía S.S. y decía también el Sr. Navarro: ¿cómo quiere el Sr. Sagasta que la industria particular clasifique por sí sola? No, Sr. Ministro; no, Sr. Navarro; no es eso lo que yo quiero; lo que yo quiero es que la industria particular venga a pedir las concesiones con la clasificación hecha. Las Cortes la aprobarán o no; pero ni el Gobierno ni las Cortes deben fijar las líneas con anterioridad, pues ya he dicho los obstáculos con que tendremos que luchar para ello, y he probado que la clasificación es por lo menos innecesaria.

Al hacer yo la clasificación, decía el Sr. Ministro de Fomento: si la España saliese ahora del fondo del mar, podríamos marcar las líneas a nuestro gusto; pero habiendo intereses creados y grandes poblaciones establecidas, no hay más remedio que sujetarse a estas circunstancias. A ellas me sujeto yo también. ¿Por qué quiero ir a Vigo? Porque tenemos allí el mejor puerto de España; sino lo fuera, no iría a Vigo; porque ¿qué significa Vigo? Nada; pero significa mucho como puerto principal. Porque España no es de hoy, y porque hay intereses creados, es por lo que he hecho la clasificación de la manera que han oído las Cortes. Por eso quiero ir a Barcelona, y quiero ir a Cádiz, y también a la frontera de Portugal. De modo que la misma razón que S.S. da para combatir mi clasificación, me sirve a mí para defenderla, y no puede ser otra cosa. Pues qué, ¿voy yo a algún punto donde no haya intereses creados ni poblaciones importantes?

No se trata de hacer lo mejor, decía el Sr. Ministro de Fomento, sino lo que es posible. Sin embargo, dentro de la posibilidad, a lo mejor debemos ir siempre; y sí es mejor ir al puerto de Vigo que a otro de la costa de Galicia, vamos a Vigo; de la misma manera que si es mejor ir a Cartagena que a cualquier otro punto de la costa del Mediterráneo, debemos ir a Cartagena. Esas consideraciones de intereses creados acá o allá son las que nos tienen, señores, en este estado lamentable; por eso debemos prescindir de ellas cuando el bien público lo exija; y si se demuestra que es más favorable una dirección que otra, por más que en la que se abandone haya intereses creados, deben éstos posponerse al bien general. Por eso decía yo que abandonando aquellos puntos en que la naturaleza no es favorable, vayamos a otros donde la naturaleza no es adversa, porque allí nunca podrá progresar mucho; llegará a cierta altura y allí se estancará.

Otra contradicción me ha supuesto también el señor Ministro de Fomento. Cree S.S. que yo he dicho que para ir a Portugal debía irse por Cáceres, y que luego hablando de clasificaciones admitía la de la Comisión. Su señoría se ha equivocado. [3.864]

Lo que dije al manifestar los inconvenientes de las clasificaciones fue: figuraos por un momento que clasificamos la línea de Portugal pasando par Badajoz, y que no hay empresa particular que la solicite, al paso que hay otra empresa que pide la concesión de una línea que yendo a Portugal pase por Cáceres. ¿Qué hacéis? ¿Se la concedéis? Faltáis a lo establecido en la ley. ¿No la concedéis? Os exponéis a que no haya nunca esa línea. En el primer caso la clasificación ha sido innecesaria; en el segundo la clasificación es un obstáculo, una rémora, un absurdo.

Esto fue lo que dije; no el que se llevase esa línea por Cáceres, no; era una suposición. Y lo que sucede en esa línea puede suceder en todas las demás.

Ha dicho el Sr. Navarro Zamorano que la Comisión no ha querido clasificar porque eso corresponde a la Administración. No; la clasificación corresponde a las Cortes; de ninguna manera al Gobierno, al Poder ejecutivo. (El .Sr. Navarro Zamorano: El estudio, sí; la decisión a las Cortes.) Pero S.S. ha dicho que la clasificación es un hecho administrativo, y S.S. se equivoca; ese es un hecho que deben proclamar las Cortes; después el Poder ejecutivo, con arreglo a esa clasificación, hace los estudios.

Al combatir mi idea de dejar la clasificación a la industria particular, decía el Sr. Luxán que los intereses de la industria particular contrarían los del Estado o no son los mismos.

Ya he demostrado que los intereses de la industria particular son los mismos que los del Estado, que están en completa armonía, y en esa línea de Aranjuez que ha citado, S.S. sabe que no solo fue la industria particular la que tomó parte, sino también el Gobierno; de modo que si pone esto como ejemplo, culpe al Gobierno y no a la industria particular.

Además, las clasificaciones que hace la industria particular no las hace par sí sola, sino que tienen que venir a las Cortes a ser aprobadas, y entonces pueden éstas hacer las modificaciones que crean más convenientes.

También se ha incurrido en equivocación al hacerse cargo de lo que he dicho respecto de privilegios.¿Cómo no he de querer yo que se concedan privilegios y exenciones que se conceden a todas las empresas de obras publicas? Al contrario; pero por lo mismo que creo que se deben conceder a todas las empresas de obras públicas, me parece que deben ser objeto de una ley general, y no de una especial de ferrocarriles.

Al combatir también mi opinión respecto a la subvención, ha dicho S. S., confirmando hasta cierto punto mis ideas, que es verdad que las subvenciones tienen muchas dificultades, muchos inconvenientes, excepto la subvención directa; pero que debe admitirse, no condenarse todo en absoluto, porque circunstancias habrá, decía S.S., en que sea necesario apelar a otra subvención. ¿A cuál, Sr. Ministro? Pues qué, ¿carecemos de caminos de hierro? ¿No se han construido caminos de hierro en el extranjero? Pues cíteme S.S. una circunstancia en que haya sido necesario apelar a una subvención sin la cual no se hubiera construido una línea. No existe ninguna, absolutamente ninguna. Lo que me dirá es que el Gobierno ha concedido otra clase de subvención; pero eso no quiere decir que sin ellas no se hubieran hecho los ferrocarriles; lo que quiere decir es que se han dado porque se han equivocado; pero por lo demás, no hay ningún caso, absolutamente ninguno, en que sea necesario dar una subvención que sea inconveniente o perjudicial para el país.

Todos los alicientes que puede desear una empresa se le pueden conceder en una sola subvención. Cuando una empresa pide una subvención, si no le basta la quinta parte del capital de establecimiento, désele la cuarta; y si no basta tampoco, puede dársele la tercera o la segunda, désele la mitad. Si en esa subvención tenemos todos los alicientes que una empresa puede apetecer, ¿para qué se propone lo que puede ser tan ocasionado a abusos?

Me ha citado el Sr. Ministro de Fomento el ejemplo de un puente. Este ejemplo nada tiene que ver en este caso. Si S.S. se hubiera concretado al modo de pagarle, de hacer el pago, de pagar a quien lo haga, entonces es claro, tendría cierta analogía; pero ¿qué tiene que ver la construcción de un puente con el modo de pagar una obra? Absolutamente no tiene que ver nada.

El dictamen de la Comisión, decía el Sr. Navarro Zamorano, está encaminado únicamente a la idea de hacer ferrocarriles, es decir: háganse sin reparar en los medios. ¡Ah, Sr. Navarro Zamorano, qué idea tan triste es esa! Esa es la idea de algunos Sres. Diputados: queremos ferrocarriles aunque para conseguirlo sea preciso arrojar la casa par la ventana. No la arrojéis, señores, que buena falta nos ha de hacer esa casa, y aun con ella no hemos de tener bastante para atender a las necesidades de los primeros caminos de hierro. Arrojadla; haced caminos de hierro sin reflexión, y ya veréis los resultados que obtendréis. Haced caminos de hierro, sí, pero que sea con previsión.

También el Sr. Navarro Zamorano quiso hallar una contradicción en lo que yo había manifestado, suponiendo que había dicho que el Gobierno podía hacer obras, y que tratando después de la subvención, había yo dicho que el Gobierno hacía mal estas obras. ¿Cómo había yo de decir esto?

Yo voy a repetir lo que entonces dije. Al manifestar que la subvención en obras era inconveniente, dirigiéndome a la Comisión decía: si vosotros sois los primeros a confesar que al Gobierno le cuestan las obras más de lo que valen, y que por consecuencia no debe construirlas, siendo esta una razón que sus individuos tienen para entregar a la industria particular la construcción de ferrocarriles, ¿no es una contradicción, un contrasentido que el Estado haga obras con fondos públicos para entregarlas a una empresa? Yo decía que el Gobierno gastaba más tiempo del necesario; que las obras ejecutadas por el Gobierno están expuestas a mil eventualidades a que está expuesto también el Gobierno; que le costaban más; pero yo no he dicho que el Gobierno las hiciera peor.

El Sr. Navarro Zamorano nos decía; me ha chocado mucho, en el buen juicio del Sr. Sagasta, que venga diciéndonos aquí que los privilegios deben ser objeto de un reglamento. Yo, lo que he dicho ha sido que es una parte reglamentaria, queriendo decir que era una regla general para todas las obras públicas; pero antes de eso dije que debían ser objeto de una ley general. Su señoría, pues, me ha supuesto una cosa que yo no podía decir.

Y por último, respecto a sociedades anónimas decía S.S.: precisamente por las mismas razones que el señor Sagasta ha dado, es por las que la Comisión ha quitado del proyecto del Gobierno la cuarta disposición que se refiere a sociedades anónimas, porque eso es parte de una ley distinta que se refiere a esas sociedades anónimas, y sus últimos artículos son todos [3.865] relativos a sociedades anónimas. ¿No conoce S.S. que esto es una contradicción?

Yo creo que he rectificado todo lo que equivocadamente han dicho el Sr. Navarro Zamorano a nombre de la Comisión y el Sr. Ministro de Fomento.