Abolición del juramento religioso

Señores Diputados, el Congreso acaba de oír el elocuente discurso del Sr. González Serrano, y habrá observado que en realidad no corresponde a la proposición que trataba de defender, porque S. S. no se ha ocupado más que del juramento que han de dar o no han de prestar los Cuerpos Colegisladores, pero no de la extensión que da a este asunto la proposición que ha leído el Sr. Secretario; porque ya, Sres. Diputados, no se trata de si han de jurar o no los Cuerpos Colegisladores; se trata, en el ánimo del Sr. González Serrano, de que no se jure en ninguna parte ni para nada; de que no se jure en los asuntos políticos, ni en los asuntos civiles, ni en los asuntos jurídicos, ni en nada (El Sr. Carvajal: No en nada, sino en esto.) Pues si no se jura en eso, no sé en qué se va a jurar. De manera que ya no se contenta el Sr. González Serrano con la supresión de la fórmula del juramento para los Diputados y Senadores, para los representantes del país en uno y otro Cuerpo Colegislador, sino que ya es necesario que no jure nadie, ni nadie prometa. (El Sr. Carvajal: Eso es otra cosa.) Me alegro de estas interrupciones que me hace mi distinguido amigo el Sr. Carvajal, para que vea el Sr. González Serrano que no soy tan aficionado a interrupciones que no haya quien me dé mucha ventaja. Pero lo cierto, Sres. Diputados, que según el Sr. González Serrano, debemos caminar muy de prisa en estos asuntos, que al fin y al cabo tienen alguna relación con los sentimientos más íntimos de la conciencia, siempre muy respetables, siquiera arranquen de preocupaciones que muchos llaman rancias y que no niego yo que algunas en efecto lo sean, y en adelante, según el Sr. González Serrano, ya no deben jurar su cargo ni los Senadores, ni los Diputados a Cortes, ni siquiera los testigos en las cuestiones jurídicas: es decir que por el momento nos pedís que acabemos en absoluto con el juramento, y después ya no iréis exigiendo que se acabe con otras muchas cosas, imitando en esto a cierto país no muy lejano del nuestro, que de supresión en supresión de muchas cosas que creía que no tenían importancia, ha llegado a un estado a que no quisiera yo ver llegar a nuestra pobre España.

El Sr. González Serrano empezó por hacer un cargo al Gobierno suponiendo que los hombres que le constituyen ofrecían mucho en la oposición y no cumplían en el poder nada de lo que ofrecieron en la oposición. En eso está S. S. muy equivocado, hasta el punto de que si S. S. quisiera demostrarlo, le costaría mucho trabajo, y en mi opinión no llegaría a conseguirlo, porque nosotros en lo que hasta ahora hemos podido (que no se puede todo de una vez), hemos cumplido cuanto hemos ofrecido en la oposición, y si alguna diferencia está a favor de lo que practicamos, que es bastante más de lo que prometimos; es más, estamos dispuestos a continuar haciendo lo mismo que hasta aquí, porque si no lo hemos hecho ya todo, es porque no es posible hacerlo todo en un instante; pero espere el Sr. González Serrano, y no creo que tenga que esperar mucho, que a pesar del temor que debe inspirarnos el recuerdo que su señoría nos hacía de por dónde se viene la muerte, aun creo que la muerte ha de tardar tanto en venir, que hemos de tener tiempo de cumplir en el poder todo lo que ofrecimos en la oposición.

Alguna seguridad debía inspirar al Sr. González Serrano respecto a este punto, lo que ha ocurrido precisamente en esta cuestión del juramento, en que S. S. dice que no hemos hecho nada más que establecer una especie de contubernio con el partido conservador; afirmación por cierto que el Sr. González Serrano contradijo poco después al decir que el partido conservador no quería variar un ápice en estas cuestiones, porque si el partido conservador estuviera, como el Sr. González Serrano dice, aferrado al statu quo en esta materia, mal podía haber entrado en la transacción que patrióticamente ha realizado, por la cual yo le felicito y creo que debe felicitarle el país.

Pero en esta cuestión, S. S. lo ha dicho, hay muchos entre nuestros amigos, como los hay entre los de S. S., que quieren la supresión del juramento, pero hay otros muchos que no la quieren; y como he dicho que esta no es una cuestión de partido, ni debe ser una cuestión de partido ni aquí ni en ningún país, resulta que el partido constitucional, cuando estuvo en la oposición, no pudo como partido hacer ese ofrecimiento para practicarlo estando en el poder. Podrán algunos individuos del partido constitucional tener las ideas que tiene S. S., aunque no en la extensión que S. S. les da; pero como bandera del partido, yo no sé que el partido constitucional haya incluido la supresión del juramento, y es más, no sé que haya levantado esta bandera ningún partido.

En esta cuestión el Gobierno ha procedido como debía proceder. En lugar de dejar que esta sea una cuestión de partido y esencialmente de partido, provocando luchas de partido a partido sobre la supresión o continuación del juramento, ha debido procurar que haya una transacción entre todos los partidos, porque no hay nada que ponga más en ridículo a un país en asuntos tan graves como este y que afectan a intereses tan sagrados, que el estar variando de criterio a cada cambio de partido, haciendo que hoy desaparezca el juramento porque vienen unos hombres al poder, y que mañana se restablezca porque son otros los encargados de dirigir los destinos del país. Esa es una falta de formalidad que no quiero que mi país cometa.

Por consiguiente, el Gobierno ha esperado a que [758] entrando la reflexión en unos y en otros, se llegase a una fórmula de transacción, y cuando ha creído que había llegado ese momento ha planteado la cuestión que antes no le había parecido conveniente plantear. Y por eso, y no porque creyera el Gobierno que era una cuestión baladí, la ha dejado a la iniciativa del Parlamento. ¡La iniciativa del Parlamento! ¿Es que S. S. cree que sólo son dignas de la resolución y de la iniciativa del Parlamento las cuestiones baladíes?

En el momento en que el Gobierno ha visto que había cierta elasticidad patriótica en este punto de parte del partido conservador, y que no había oposición sistemática, oposición tenaz ni mucho menos de parte del partido de la izquierda, entonces es cuando el Gobierno, aprovechando el momento oportuno, ha planteado la cuestión, para resolverla de una vez con el acuerdo del mayor número de partidos posible.

Y la ha resuelto, ¿cómo? Poniendo el Reglamento en armonía con la Constitución del Estado, y llevando al Reglamento el espíritu de tolerancia religiosa que consigna nuestra Constitución. Al Sr. González Serrano le parece que este paso es pequeño, que esto no vale nada: pues a mí me parece muy importante, y sobre todo la manera como se está realizando; que en otras ocasiones y en otros tiempos, estas cuestiones que en algo se rozan con los asuntos religiosos, nos hubieran traído grandes perturbaciones, por lo menos dentro de la política, como se viene haciendo en este país, mientras que ahora lo hacemos con calma y con prudencia, como puede hacerse en el país más normal, más tranquilo y acostumbrado a este género de debates, que haya en el mundo.

Pues este es un gran progreso, Sr. González Serrano; progreso que no obtendríamos probablemente si nos fuéramos todos a las exageraciones a que S. S. quiere conducirnos, en cuyo caso obtendríamos aquí, con más razón que en otras partes, los mismos funestos resultados que en otras partes tienen esas exageraciones.

Que yo aplaudo las exterioridades que en Inglaterra y otros países se practican, sin profundizar las cuestiones y sin observar que esas exterioridades no son obstáculo allí al desenvolvimiento de ninguna de las libertades.

Pues precisamente, Sr. González Serrano, porque sé que esas exterioridades no son obstáculo al desenvolvimiento de la libertad en Inglaterra, y porque sé más, porque sé que por conservar esas exterioridades, ese desenvolvimiento se ha realizado con gran prosperidad para aquel país, es por lo que me encanta aquella peluca blanca del Presidente, aquella saca de lana sobre la que se sienta, y aquellas ceremonias religiosas con que se inauguran siempre los debates parlamentarios en aquel país. Como he visto que nada de esto es incompatible con la libertad y con el progreso, y como he visto que el país en donde eso se realiza es más libre y más próspero, o uno de los más libres y de los más prósperos de la tierra, por eso quiero seguir el ejemplo, no sólo en el desenvolvimiento de las libertades, sino en la base de la formalidad, de la seriedad, de la importancia que le dan estas exterioridades (Muy bien.)

Señores, ¡qué empeño de destruirlo todo, cuando no nos embaraza para nada en nuestra marcha y en nuestro camino! ¡Qué empeño en prescindir de lo pasado, como si los pueblos no vivieran tanto como de la vida material, de la vida moral! ¡Ah señores! ¡qué empeño! Pues a mí esas exterioridades me hacen, Sr. González Serrano, y no tengo reparo ninguno en confesarlo, el mismo efecto, y me producen el mismo respeto que aquel venerable anciano que sentado en su sillón sin poderse mover, me cuenta con labios trémulos los hechos que en su tiempo se realizaron. No me sirven, no, sin duda alguna quizá, para el presente; pero ¡ah! ¡qué enseñanza, qué estímulo y qué ejemplo para el porvenir! Bueno es que leamos los libros de los pensadores que, privilegiados por su inteligencia, prevén quizá el porvenir y lo determinan; pero no debemos despreciar los libros del pasado, los libros que otros escribieron, porque de esa manera podemos sentar con más seguridad el pie en el camino que los que prevén el porvenir nos anuncian, estableciendo y partiendo de la base de los que ya pasaron, y que no por haber pasado merecen menos respeto que los que están por venir.

Pero el Sr. González Serrano preguntaba: ¿para qué sirve el juramento? Para nada, contestaba en seguida. Y yo me hago esta reflexión: pues si no sirve para nada, entonces, ¿por qué tanto empeño en hacerle desaparecer? ¡ah! Pero el Sr. González Serrano está equivocado; sirve para algo. Su señoría decía que no tenemos nosotros autoridad, y sobre todo yo, acerca de cuya personalidad S. S. ha caído en una serie de contradicciones, porque yo que no hago nada ni tengo iniciativa para nada, soy el causante de que el juramento no desaparezca, y soy el causante de todo lo que está pasando. Pero decía el Sr. González Serrano antes: » ¿Por qué, a pesar de haber muchos partidarios que quieren la supresión del juramento aun dentro de la mayoría, el juramento se sostiene? Pues se sostiene el juramento porque hay un Sr. Ministro que es una institución en este sitio. »

Bien ha hecho el Sr. González Serrano en decir que no recogía ese run-run de las conversaciones de café y de gacetillas de periódicos, que no merece otra importancia semejante aseveración.

Yo no he sido nunca partidario de la abolición del juramento, y S. S. no me habrá oído una sola palabra, desde que esta discusión se inició, que demuestre que lo haya sido jamás, ni lo sea. Yo he querido siempre que la fórmula del Reglamento se ponga en armonía con la Constitución del Estado, ni más ni menos; pero no he creído conveniente que en España hagamos lo que no se hace en ningún país, y sobre todo, lo que no han hecho los liberales de ninguna parte; porque es bueno que lo sepa ¡no lo ha de saber! Lo sabe mejor que yo el Sr. González Serrano, que cuanto más liberal es un país, es más, cuanto más republicano, más aferrado está a las fórmulas del juramento; y que si hay algún país donde el juramento, el compromiso, la promesa o la adhesión de alguna manera considerado, se haya suprimido, no lo podemos citar aquí como ejemplo ni de progreso, ni de libertad, ni de orden, ni de otra porción de cosas que necesita tener la España y todo país regularmente organizado.

Pero fuera de eso, si en alguna parte deja de existir el juramento, o ha sido por la imposibilidad de establecer una fórmula, dada la diversidad de los miembros que le constituyen, como sucede en el Congreso alemán, o ha sido en países que no disfrutan verdaderamente libertad; pero en los países que aquí se nos presentan siempre como ejemplo de países liberales, observadlo, allí el juramento está establecido y se mantiene hasta como un precepto constitucional. Y no quiero de- [759] cir, ya que de los republicanos hablo, lo que pasa en los Estado Unidos, en que el juramento es mucho más intenso, es mucho más eficaz, es mucho más profundo que lo es la fórmula del juramento nuestro.

Por consiguiente, si no estorba para nada el juramento al desarrollo de la libertad, ni al desenvolvimiento del progreso, ni a su prosperidad, en ninguno de aquellos países, ¿por qué lo hemos de quitar en España, cuando vamos a chocar contra el sentimiento que es necesario respetar más mientras ese sentimiento no sea un obstáculo para nada? ¿Por qué no respetarle, si de todos modos sería respetable aun cuando se quitase el juramento?

Pero dice el Sr. González Serrano: «es que el juramento, es que la promesa es un obstáculo que se pone, es una traba que se establece para la soberanía nacional. » Yo no lo sé, porque ya me lo va haciendo dudar la repetición de este argumento; pero me parece a mí que en los Estados Unidos se practica bien constante y permanentemente el ejercicio de la soberanía nacional y hasta ahora no se le ha ocurrido a ningún americano el decir que el juramento sea un obstáculo a la soberanía nacional. Y lo mismo sucede en todos los países donde la soberanía nacional ha sido base y origen de los Poderes públicos y de las instituciones que los rigen. No se le ha ocurrido a ningún italiano hasta ahora decir que el juramento sea un obstáculo a la soberanía nacional.

Pero dice el Sr. González Serrano: » ¿es que al exigirnos a nosotros, republicanos, el juramento, se pretende que hayamos de dejar de ser republicanos? » No; lo que se pretende es que seáis leales; eso es lo que se pretende. Lo que se pretende es que no se metan dentro de las instituciones, y por los medios que las instituciones procuran y a la sombra de estas instituciones, para herir a mansalva y con la protección que las instituciones les prestan, a estas mismas instituciones; esto y no más es lo que se pretende. Y para esto no hay que dejar de ser republicano: el que no quiera, que no lo deje.

Pero dice S. S.: «es que vosotros no tenéis autoridad para exigirnos a nosotros el juramento, porque habéis sido perjuros. » Lo que es a mí no me puede el Sr. González Serrano hacer semejante cargo, porque desde el momento en que yo en alguna ocasión con parte de mi partido me puse enfrente de las instituciones, desde aquel instante me puse ya fuera de la legalidad; y el origen y la causa y el fundamento de la abstención de una parte del partido progresista entonces fue éste, ni más ni menos que éste, el de que nosotros nos creíamos obligados si acudíamos a los colegios electorales, o si éramos investidos con el carácter de Diputados o Senadores, a venir aquí a prestar fidelidad a las instituciones, y nosotros no queríamos prestarla en aquella ocasión; por eso nos separamos del Parlamento y hasta de la prensa.

Pues a vosotros no se os exige tanto, ni mucho menos; lo único que se os pide es que dentro del cargo seis leales a las instituciones. Esto es ni más ni menos lo que significa para vosotros el juramento.

¿Es que eso os cuesta trabajo? ¿Es que para eso tenéis que sacrificar vuestros ideales? No, absolutamente no. Podéis continuar en vuestros ideales, y dentro del cargo que dentro de las instituciones habéis conseguido, ser leales a estas instituciones; y en eso estriba la moralidad. Y dada la transacción que por ejemplo se ha establecido en el Senado, y que no sé si el Congreso se servirá aceptar en el dictamen que hay presentado o va a presentarse, adoptar una cosa parecida o igual, de modo que así tendríais todos los medios de salvar vuestras opiniones.

¿No queréis prestar el juramento religioso? ¿Creéis que vuestra conciencia se violenta colocando la mano sobre los Santos Evangelios, que es el juramento que después de todo han de prestar casi todos los Diputados que vengan aquí representando a su país? ¿Creéis que repugna a vuestra conciencia poner la mano sobre los Santos Evangelios para jurar fidelidad y obediencia a las instituciones? Pues tenéis la libertad de prometerla bajo vuestro honor, en lo cual no hacéis nada que no sea digno; podéis hacerlo con la frente muy levantada, porque en último resultado lo que hacéis no es más que prestar acatamiento y respeto a las instituciones, que es principio vuestro y nuestro, y tenemos proclamado, sancionado y mantenido.

Y mientras eso sucede, y mientras la soberanía nacional por una de sus grandes manifestaciones no demuestre lo contrario, todos, nosotros y vosotros, cualesquiera que sean vuestros ideales, a esas instituciones les debemos igual acatamiento y respeto. Pues a eso es, ni más ni menos, a lo que os obligáis al prestar el juramento o al hacer la promesa, cosa que podéis hacer con la frente levantada y conservando vuestros ideales para el porvenir, que yo lo creo, afortunadamente para mi Patria, muy lejano, tan lejano, que el Sr. González Serrano con ser tan joven no ha de verlo realizado.

Y voy a concluir, Sres. Diputados, pidiendo al Congreso que tal como viene la proposición del Sr. González Serrano, no la tome en consideración; porque hay que advertir que la proposición no es lo que ha dicho el Sr. González Serrano en su brillante discurso, sino que tiene una extensión mucho mayor.

Lo que S. S. ha dicho en su discurso es lo que será punto de discusión dentro de breves días; y si la proposición no dijera más que eso, no había para qué tomarla en consideración, porque de eso se está ocupando una Comisión que ha de dar dictamen. Pero S. S. quiere más; S. S. quiere que no juren, no solamente los Diputados y Senadores, sino que no jure nadie, y a eso el Gobierno se opone y pide al Congreso que se oponga también. He dicho.