En favor del abandono de Marruecos

Señores diputados, no extrañará seguramente a nadie mi intervención en este debate, no obstante haber llevado la representación de la minoría de conjunción republicano socialista el señor Rodés; y no extrañará, por la representación que yo tengo aquí de una fuerza política que ha actuado en, la, campaña que se ha realizado contra la guerra de Marruecos, que es lo que me obliga a hacer uso de la palabra para manifestar de una manera precisa el criterio que el partido socialista tiene de esta cuestión.
… Para nosotros (me refiero a los socialistas), la política colonial no es lo que se dice, ni consiste en procurar el progreso de estos otros países, ni en mejorar las condiciones de tales o cuales pueblos, ni en llevarles más instrucción. Podrá eso resultar alguna vez, pero la finalidad verdadera de las campañas coloniales no es otra que la de obtener beneficios, la de buscar en el país adonde se expansiona el que conquista campo para negocios de los suyos, medios y fuerza para los elementos que explotan, el dominio del mercado, y todas aquellas condiciones de carácter material que lleva consigo el régimen en que vivimos. Por eso, aunque hablen de justicia, aunque hable Ti de integridad de la Patria, los que piensan as! se encuentran verdaderamente desarmados, porque se da el caso, que pudiera parecer paradójico, de que aquellos que como los socialistas, sostenemos que la Patria del hombre debe ser el mundo, sin negar la patria pequeña, seamos con nuestras doctrinas los más patriotas, y digo que seamos, porque pueblos que piensan en dominar a otros pueblos, que piensan en atentar contra la independencia de otros no tienen razón ninguna para hacerse respetar cuando a ellos se les atropella.
Si nosotros, particularmente, no siendo, como no somos, un país fuerte, teniendo necesidad de preocuparnos mucho de la situación de nuestro país y de sus fuerzas, damos de barato y no nos importa nada la libertad, la independencia de otro pueblo, sabiendo que los hay superiores al nuestro, que mañana pueden acordarse de España para hacer lo mismo que hacemos hoy nosotros con Marruecos, quienes sostengan el criterio de que es lícito dominar a los extraños, cuando otro país más importante que el suyo quiera hacer lo que se hace con los moros. ¿ Cómo han de decirle a esos países: «No tenéis derecho a hacer eso; vamos a pelear por nuestra independencia»? Fáltales razón para emplear ese lenguaje. Ese derecho lo tienen los socialistas, los que no queremos atentar contra la independencia de nadie. Por eso hemos protestado siempre contra la guerra de Marruecos. Somos, pues, los socialistas, más patriotas que lo puedan ser los demás españoles que opinan de otra manera.
Aquí se ha hablado de protectorado, de llevar a la región marroquí los beneficios de la civilización, pero no es eso. Ya se dicen cosas más descaradamente. Estos días, me parece que el miércoles de la semana pasada, he leído unas declaraciones del señor conde de Romanones en Le Temps, que me parece serán fidedignas, y al referirse a la cuestión de África no habla, ciertamente de protectorado, habla de dominio, y si se nos apura un poco hablaremos de necesidades de anexión. Ya se olvida el lenguaje diplomático, el lenguaje del engaño. Estos días publicaba la Correspondencia Militar un trabajo de un teniente francés, donde se dice que al protectorado de Marruecos no se le daba su verdadero nombre de «anexión» porque es una palabra dura, pero ese teniente afirma que de anexión se trata y que Francia no sólo se anexionará su zona de influencia, sino que también será anexionada la que corresponde a España. Así es que, poco a poco, lo que desde el principio se disfrazaba va manifestándose cada vez más, como van manifestándose también los motivos que nos llevan a esa empresa. Supongo que producirán efecto en la Cámara ciertas declaraciones del señor conde de Romanones cuando ayer quería justificar la opinión de que no se podía hacer todo lo qua se pedía en cuanto al elemento, civil. Hablaba de si podíamos estarnos quietos o no, de si nos habían avisado ya o si nos avisarían, por cierto que al repasar el Diario de las Sesiones no he hallado eso de que nos habían avisado ya, (El señor Senante: Está en el Diario de las Sesiones.) Lo habré leído mal. Pero así lo dijo. Las declaraciones de¡ señor conde de Romanones, cuando hablaba de si es difícil llevar al jalifa a tal o cual punto, de que los moros no habían contestado a una carta del jalifa y de que creían que detrás del jalifa estaba España, demuestran que los moros ya sabían de qué se trataba.
Merece desentrañarse la advertencia que nos hacía el señor conde de Romanones, de cómo hemos ido a la empresa. Hemos ido obligados. Como pueblo más débil que Francia y que Inglaterra, que son los más interesados en ella, porque a Alemania no le preocupa tanto, vamos allí a desbrozar el terreno, a limpiarlo, a ponerlo en condiciones de que puedan abrirse paso los productos ingleses y los franceses y obtengan esos países los beneficios que esperan, alguno sin verter una sola gota de sangre. El señor conde de Romanones nos decía que si desistirnos del empeño, no sólo se nos avisaría, sino que seríamos sustituidos. A eso vamos a pasos agigantados. No se diga, pues, que cuando se hizo el Tratado se pensaba en civilizar el pueblo marroquí ni en ninguna de las cosas de que se habla. Fuimos allí muy desprevenidos. No son los políticos españoles en general los más estudiosos ni los más previsores, y de las palabras mismas de nuestros adversarios se deduce que si nosotros no hubiéramos intervenido, lo hubieran hecho las otras potencias, y aquí se ha indicado lo que tenían tratado Francia e Inglaterra respecto a este particular: que si España no quería intervenir, ellas realizarían su labor. Hemos ido, pues, obligados, y no se nos hable mucho, aunque las palabras sean muy sonoras y puedan producir cierto efecto, si bien ante la razón no tienen ningún valor, de que vamos buscando la independencia de nuestro país y que no podemos consentir que en ese país se hagan tales o cuales cosas porque el honor del país sufre. En lo que ha sufrido el honor del país es en el de haberse visto obligado a entrar en esos convenios y tratos. ¿Cómo juzgarán los alemanes, los ,ingleses y los franceses nuestra situación al tratar ellos? Gentes tan avispadas, ¿van a creer esas cosas que dicen los periódicos y en las reuniones y, algunas veces, aquí, de que hemos pactado de igual a igual? No; hemos ido obligados. Claro está que podrá preguntarse si estábamos en condiciones de hacer otra cosa, de todas maneras cabría discutir qué nos debilita más, si lo hecho u. otra actitud que pudiéramos haber adoptado frente a esas potencias.
… Como no quiero que se diga que hablo por hablar, voy a examinar la labor que se está desarrollando. Se sostiene, se afirma por aquellos señores que racionalmente hemos de suponer que van a ejercer el Poder, que se va a procurar, en lo que sea posible, que la acción política se desarrolle, que el elemento civil haga en la mayor cantidad que pueda su labor, y yo pregunto: ¿Es ése el camino que se lleva? Porque hay que pedir, por lo menos, algunas pruebas. Es ese camino que el partido liberal en sus últimos tiempos, siendo presidente el señor conde de Romanones y aun antes, trazó? ¿Es ése el camino que sigue el partido conservador? No; en Melilla hay desde hace mucho tiempo afán en la población civil de que haya instituciones civiles, ninguna ocasión como ésta, ya que no se hiciera antes, para satisfacer estos deseos, porque así, además de complacer a los que quieren que se realice esto, los moros, al ver que aquello se convertía en una población en que el elemento civil ejercía sus funciones, verían que había un comienzo del cumplimiento de su palabra por parte de España. ¿Se ha hecho esto? Todo lo contrario, señores diputados. El defender el criterio de las instituciones civiles que se creen allí constituye un motivo de persecución, y, en cambio, las instituciones que allí predominan, como la Junta de Arbitrios, cada vez tiene mayor fuerza, cada vez tiene mayor poderío. Hace años importaba el presupuesto de esa Junta de Arbitrios de 20.1000 a 70.000 pesetas, hoy tiene Melilla una población civil de 20.000 almas, y el presupuesto de la Junta de Arbitrios asciende la carga a 2.000.000 de pesetas, 400.000 pesetas se lleva el personal, y parte de ese personal está desempeñando, además de las funciones militares, funciones de otra índole; estas solas cifras bastan para demostrar que no hay intención de que la acción política, la acción civil, predomine allí. Y el sistema que predomina en Melilla se extiende a Ceuta y poco a poco a Larache, Alcázar y otras poblaciones. ¿Qué garantías pueden tener los moros de que se van a cumplir aquellas palabras? En la cuestión militar con relación a la guerra, ¿qué se ha hecho allí? El señor Rodés enumeraba aquí los fuertes que se han construido sin explicarse la causa de que fueran necesarios tantos, y precisamente en aquellos días se construían cuatro o cinco más.
Se dice que aquello está pacificado, y hay allí más de 20.000 hombres. ¿Para qué esos hombres? No debe de estar tan pacificado, no debe de estar tan tranquilo cuando esa fuerza se mantiene allí. Aparte de que no sólo las armas intervienen, sino que funciona otra cosa que todos sabemos y a que se refería el señor Rodés, no encuentro el término expresado para manifestar veladamente mi pensamiento, pero, en fin, se emplea el dinero para comprar a las gentes.
Y, ¿qué se ha logrado por virtud de esa guerra y por virtud de esa política? El elemento civil está emigrando, y en cuanto al florecimiento de aquel país, basta decir que las casas de los barrios de Melilla están vendiéndose a mitad de precio, y que diariamente se protestan de 50 a 60 letras. ¡Colonización en el campo de Melilla! Creo que han ido allí dos familias las cuales, a pesar de haber allí tantos fuertes, han tenido la desgracia de ser muertas por los moros. La absorción del elemento civil por el elemento militar, completa que no vayan allí abogados, que no vayan arquitectos, que no vayan profesores. ¿ Hay aquí prueba alguna, hay alguna señal de que uno u otro Gobierno hayan tratado de modificar estas condiciones para dar a los marroquíes la sensación de que van a crearse, allí instituciones civiles? No. En cuanto a Tetuán, ¿cómo se ha conducido allí el Gobierno? ¿ Qué acción militar se ha llevado allí? En aquel país que era el vergel que nos hablaba hace tiempo el señor Villanueva, como recordaba muy oportunamente el señor Rodés, ¿qué se ha hecho? ¿ Cómo han ido allí las fuerzas? ¿Qué cuidados se han tenido?
Según se me informa, creo que estos informes no son equivocados, seguramente conocerá mucho mejor que yo eso el señor Villanueva. (El señor Villanueva debe de conocer muchas cosas de allí. Si su señoría, dejando a un lado motivos que yo respeto, manifestase todo lo que de allí sabe, el discurso de su señoría valdría por todos los que puedan pronunciarse contra la guerra), según se me dice, repito, en Tetuán, durante tres meses fueron cortados toda clase de árboles frutales, nogales, limoneros, naranjos, sirviendo para hacer leña; allí se ha llegado a matar a algunos ancianos, algunas mujeres y algunos niños y algunos locos; allí, el régimen militar ha imperado en absoluto. En Tetuán, antes de nuestra ocupación, se me dice, y eso manifestó aquí el señor Villanueva el día a que me he referido, no había en las casas ni cerraduras ni cerrojos; allí era tal el cariño que se tenía a los españoles, que no había para ellos más que consideración y atenciones. Y hoy, ¿qué ocurre allí respecto a nosotros? Que impera el odio contra nosotros y que de allí se va la gente que nos estimaba. ¿Es así como se hacen las campañas?
Decía el señor presidente del Consejo de Ministros que no nos apurásemos en lo referente a los medios económicos, porque cuando el ministro de Hacienda no decía nada, es que estaba satisfecho y podíamos estar tranquilos. Pues ese modo de hacer la guerra, ya nos costará caro, porque aparte de los daños causados a los españoles, hay una lista, si no estoy equivocado, de 80 protegidos o súbditos de Francia que reclamaban la indemnización de los perjuicios que se les ha ocasionado, y que creo que no ascienden a menos de un millón y medio de pesetas. Hay, además, lo de la casa de Ruiz, que sin valer lo que se dice, va a procurarse que valga medio millón de pesetas. Todo eso lo pagarán los españoles, todo eso lo pagará el país, todo eso lo deberemos a una campaña llamada de civilización, de protectorado y de cariño a los moros.
No es posible, señores diputados, haciendo esta campaña, vayamos a parar más que a la solución que indicaba el señor conde de Romanones, de que seamos sustituidos allí. Precisamente antes Tetuán estaba tranquilo como decimos que vamos a poner Marruecos. ¿Cómo está hoy? No hay, pues, posibilidad de que las instituciones de carácter civil vayan a establecerse. El otro día citaba don Melquíades Álvarez el grave hecho que publicó un periódico de Tetuán y del cual yo daba noticia. Cuando yo Me enteraba, por los datos que me ha proporcionado una persona, de que. allí han sido muertos mujeres y niños, locos y ancianos, me costaba trabajo creerlo, pero al recortar el contenido del recorte leído, ya no podía dudar.
Porque cuando un periódico ha publicado las palabras de aquel defensor que decía que valía más una estrella de un capitán que todos los moros y, por consiguiente, que los seis fusilados, es porque eso le parecía. bien y porque el público que lo lee le sucede lo mismo, porque si la gente al leer aquello tirase el periódico, esas cosas no se dirían. Yo no digo que todo el mundo participe de esos sentimientos, pero indudablemente hay un ambiente favorable a esas ideas, hay ciertas gentes que piensan así, y es claro, pensando de esa manera creyendo que la vida de los moros no vale nada, no será extraño que en tal o cual momento, como no valen nada, se prescinda de ellos del modo dicho. Y esto, ¿no es un oprobio para nosotros? ¿No causa daño al país?
Además, el señor Amado, que me parece que es una autoridad excepcional en esta materia, citaba un hecho tremendo, que por sí solo merece un discurso, el señor Amado decía que en Marruecos teníamos 2.000 enemigos mal armados y mal dirigidos. Si disponiendo de elementos militares bien armados en la cuantía que nosotros tenemos, se hace esa campaña en Tetuán como se hizo la otra de Melilla… (El señor Amado: ¡Pero si en Tetuán no se hace campaña, señor Iglesias! En Tetuán no hay campaña, hay una acción militar.) Ahora, pero antes de la acción militar no sería como la de estos días. (El señor Amado: La de estos días.) Ahora no la habrá, pero, ¿no han dicho los señores diputados que han tomado parte en este debate, y creo que están entera dos de lo que allí pasa, que nuestros soldados no disponen más que del terreno que pisan? (El señor Amado: Exacto.) Pues siendo así, ¿no tienen necesidad de luchar contra los moros? Si los tienen sujetos, si les dicen, de aquí no podéis pasar… (El señor Amado: No los tienen sujetos los moros.) No digo que los tengan sujetos materialmente, pero, ¿qué quiere decir el señor Amado, que no son dueños más que del terreno que pisan? (Varios siseos, diputados pronunciar palabras que no se oyen.) Por eso digo que en cuanto salgan de allí. Ya que su señoría combate la acción militar. (El señor Amado: Y la de los Gobiernos.) Y la de los Gobiernos. ¡Si son solidarias en ese particular! Conformes, y allí voy yo también, yo creo que no hay capacidad militar en lo que respecta a la dirección. Pues si no pueden dar un paso nuestros soldados, si cuando lo dan corren el riesgo consiguiente; si a pesar del número de hombres que allí tenemos para las campañas que se han realizado y las que haya que hacer en lo sucesivo, y la de los fuertes que allí hay, están los caminos en la forma que aquí se ha dicho, porque yo no invento nada, no hago más que recoger lo que han manifestado sus señorías, yo pregunto: Esta guerra, ¿honra al país? ¿ Honra a la misma dirección militar? ¿ Qué dirán ante esto en otros países? ¿ Qué tienen que decir si la culpa es de los Gobiernos, los hombres políticos de otros países respecto de nuestro Gobierno? Yo `saco la conclusión de que esta campaña no resulta más que un descrédito, para el Gobierno, para las Instituciones, para todos.
Se ha hablado también de nuestra resistencia económica para la guerra. ¡Qué ha de haber resistencia económica para la guerra! No. El señor Rodés interrumpía la otra tarde cuando hablaba el señor presidente del Consejo respecto de este particular, y yo acabo de citar ahora el dato de las indemnizaciones que habrá de abonar, que no es cosa insignificante. Pero hay pequeñas muestras de nuestra resistencia económica, consignadas en datos oficiales en el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra que os voy a referir.
En uno de los números que aquí tengo de ese periódico oficial, se habla, refiriéndose al regimiento del Serrallo que está en Ceuta , de una subasta de trescientos pares de zapatos, y una de las condiciones que tendrá en cuenta el licitador es que dichas prendas tendrán que ser puestas en el almacén del Regimiento en aquella Plaza libre de gastos, y que su importe se cobrará cuando los fondos del Cuerpo lo permitan. No se puede indicar que se pagará en tal o cual fecha, lo que significa un mayor gasto, porque cuando más se tarde en pagar, más tiene que costar. (Un señor diputado pronuncia palabras que no se oyen.) Bueno, sí, pero se me aseguraba ayer, no respondo de ello, que ya había abonarés en Marruecos.
Lo que he leído se dice en este número del Diario Oficial a que me he referido, y aquí tengo otros tres números que también se relacionan con subastas, refiriéndose dos a fuerzas que residen en África. ¿Indica esto que estamos en buena situación econónica? Estos datos, ¿los invento yo? ¿No son datos oficiales? ¿Cómo, pues, se puede decir que tenemos resistencia económica para ello? Yo creo que por mucha que sea la necesidad de la defensa de un Gobierno, en todas estas cuestiones merece estudiarse más todo lo que se dice, porque luego vienen los hechos a demostrar la inexactitud, la equivocación, por lo menos, de las afirmaciones que se hacen. Se sabe que muchas cosas no se pagan, que muchas cosas se están debiendo y que se dejan de pagar algunas cosas para atender a otras. ¿Y esto no es grave? Pero lo peor es que no se ve la manera de salir del atolladero, porque fíjense bien, señores diputados. Ha hablado el jefe del Gobierno, y pudiéramos decir que ha hablado su sucesor, pero no ha dado la sensación de que el mal se vaya a disminuir. De labios de todos los oradores que han tornado parte en este debate hemos oído que cada vez estamos peor, precisamente por haberse agravado el mal, los gastos tendrán que ser mayores, y ante esa afirmación no puede haber en el actual Gobierno ni en el que piense sucederle, la esperanza siquiera de que la situación pueda cambiar. Luego hay que calcular que vamos empeorando y si empeora la guerra, si empeoran las condiciones en que se desarrolla y empeora todo, ha de empeorar también nuestra situación económica, y claro es, que todo esto lo tenemos que sufrir pagando iras o dejando indotados aquellos ramos, aquellos servicios que son necesarios para que la guerra devore y consuma todos nuestros medios.
Hablaba antes de la incapacidad militar, y respecto a este punto tengo que decir que cuanto manifestamos los que no somos técnicos, no siempre será aceptable, pero me parece, señores diputados, que decimos algunas verdades. Yo, que he tomado parte en muchos «meetings» de los que aquí suele hablarse directamente y despectivamente, voy a decir aquí lo que he dicho allí. Yo he dicho que ateniéndome solamente a los despachos oficiales, yo, profano en la materia, me atrevo a hacer la crítica de la guerra únicamente con los datos que nos dan los despachos ofíciales. Y no hablo sobre lo que dice sobre este particular la Prensa, que hoy, por haber tenido que salir de allí los periodistas (debían de estorbar), está servida en su mayor parte por corresponsales militares.
Cuando el señor conde de la Mortera leía aquella relación, que no gustó al Gobierno, yo me acordaba de dos cosas: me acordaba de lo que me revelaban esas noticias y recordaba de la exactitud que Suelen tener los despachos oficiales, porque en esos despachos se habla del funcionamiento de artillería en gran cantidad y se habla de escarmiento a los moros, de haber matado tantos y cuantos moros. Y yo digo: Si se sumasen todas las bajas que se dicen se han hecho a los moros resultaría que allí no deberían de quedar combatientes. También se suele decir que después de estar tres horas cañoneando a los moros, no ha habido casi bajas por nuestra parte. Yo digo que la artillería no se empleará cuando se vea a tres hombres, sino se empleará cuando se crea que ésta ha de producir buen resultado, porque me parece que el funcionamiento de la artillería cuesta un poco. Hace tres días se ha hablado de que hemos rechazado a los moros después de tres horas de fuego y que no hemos tenido bajas, no obstante reconocer que ellos son unos grandes tiradores. ¿ Cómo se explica esto? ¿ Es que aquello ha sido sólo un espectáculo? Por consiguiente, si todas las noticias que recibimos son de esa naturaleza, si la artillería ha funcionado allí de manera extraordinaria y no ha habido casi bajas por nuestra parte, aunque las de los moros han sido muchas, y si tan escaso es el número de los combatientes que hay allí, ¿cómo se explica que no hayan desaparecido ya o no hayan quedado muy reducidos?
También se dice en los despachos que se ha escarmentado al enemigo, y resulta que el otro día los moros están allí atacando. Yo no hablo ya de cómo se lleve la guerra, yo lo que pregunto es si es verdadera mente serio hablar tantas veces de escarmiento, porque yo creo que los escarmientos tienen un resultado, que es el de hacer que los que lo han sufrido, no puedan volver a atacar, porque una cosa es que el enemigo haya sido escarmentado y otra es que haya sido derrotado. Así son casi las noticias que de Marruecos se reciben.
Forma de llevar allí los soldados. Hemos enviado este año a Marruecos hasta 20.000 hombres, se les ha enviado desde su casa al campamento para que tengan que aprender allí a manejar el fusil. Esto lo ven los moros, pero dejando a un lado lo que los moros, yo pregunto: ¿ Qué organización es ésta? ¿Cómo se lleva en esa forma a los hombres a la guerra?
Así se reciben luego relaciones de las bajas que ocasionan los pacos. Señores diputados, mejor que yo lo sabéis vosotros, los pacos no suenan donde hay soldados que sepan tirar, donde hay soldados que sepan tirar no hay pacos.
Pues eso se sabe, eso se conoce, y a pesar de ello llevamos ya varios años con este mismo sistema. ¿Cómo no se ha corregido? ¿Cómo no se ha evitado cuando cuesta tantas vidas y cuando vienen de allí cartas que dicen que mueren los soldados como conejos? (Rumores.) Pues a pesar de eso, no se evita y repito que en el año actual hemos mandado allí 20.000 hombres a aprender a hacer la instrucción, a aprender a manejar el fusil, y por eso tenemos malos tiradores, y por esto la situación de estos soldados es mala. ¡Cuál ha de ser si no tienen la segundad de manejar bien el arma y saben que los moros son excelentes tiradores! Su moral como combatientes, ¿cuál ha de ser, en situación tal?
De esto se habla, esto lo leemos todos los días, y, sin embargo, no nos irritamos y no adoptamos aquellas actitudes que todos debiéramos adoptar al considerar que es sangre de nuestro pueblo, que son vidas que están haciendo aquí mucha falta. Yo me fundo nada más para decir esto que en datos oficiales. El trato allí a nuestros soldados: malo. Nuestros soldados pasan allí hambre, a nuestros soldados se les abofetea y apalea. (El señor presidente del Consejo de Ministros: Eso no es cierto.) Cartas vienen de ellos en que lo dicen, y mientras no se castiguen ciertos actos de gentes que ocupan elevados puestos, y mientras vienen esos telegramas que no acusan la verdad, cuando vienen esas cartas son denunciadas en vez de evitar tales hechos, lo que se hace es castigar a quienes lo denuncian, cuando la denuncia debía servir para que se castigara. No es extraño, señores diputados, que, por consecuencia de esto, algunos soldados se hayan ido con las harcas. (Rumores.)
La prueba de que pasan hambre es ésta: En los campamentos y posiciones donde están nuestros soldados hay muchas cantinas, hay muchos sitios donde se vende comida. Si la comida que se da a nuestros soldados fuera buena, ¿cómo se explica que haya esas cantinas? (Fuertes rumores.) Si los soldados estuvieran allí bien alimentados, no las habría. (El señor presidente del Consejo de Ministros: Cantinas las hay en todos los ejércitos.) Si vais a Gibraltar, a Malta, o a otras plazas, hallaréis cafés y tiendas de bebidas donde van los soldados, pero no casas de comida. (Rumores.) Si despreciáis los hechos, allá vosotros, pero la observación de los hechos es lo que se dice, y eso acusa. Y lo acusan además las enfermedades que padecen y el estado en que viven. (El señor presidente del Consejo de Ministros: Menos que en la península, en proporción, mucho menor.) Habrá algunos que coman aquí peor, pero yo digo a su señoría una cosa: que aunque aquí por ganar un salario, corto… (El señor presidente del Consejo de Ministros: Me he referido a las enfermedades.) Creí que decía su señoría que aquí comen peor. ¿ Se refería a las enfermedades? Pues por eso sin duda mucha gente procura no ir. Yo tengo que poner en duda la exactitud de estos datos respetando la veracidad de su señoría, porque con frío, con calor terrible, con lluvias, mal alimentados y en las faenas que allí tienen, encontrarse mejor que en la península no me parece posible. Las circunstancias, por lo menos, no abonan estas estadísticas. Cuando se me pruebe el valor de estos datos, podré darles crédito, en tanto, no.
Pero el hecho de la alimentación es exacto. (El señor presidente del Consejo de Ministros: No.) Lo dicen los soldados. (El señor presidente del Consejo de Ministros: No lo dicen.) (Rumores y protestas en la minoría republicana.) ¿ Qué interés, señor presidente del Consejo de Ministros pueden tener los soldados en decir una rosa por otra? (El señor presidente del Consejo de Ministros: No lo dicen.) (El señor Santa Cruz: Sí, sí. Grandes rumores y protestas.) Y además lo digo yo y aseguro que entre las afirmaciones de su señoría y la mía, el país se queda con la mía. (Protestas y rumores en la mayoría.) (El señor Salvatella: Ya se lo probaremos a su señoría.) Aquí de lo que se trata es de salvar el mal, de taparlo, de encubrirlo, cuando tiene que saberse porque, al fin y al cabo, algunos vuelven con vida y no nos cuentan la regalada estancia que han tenido allí y lo que han pasado. Yo ya he leído en los «meetings», y estoy dispuesto a seguir haciéndolo, en cartas que me mandan de allá. Lo que pasa es que para contarnos todo eso tienen que valerse de infinidad de precauciones, pero al fin se sabe porque tienen parientes y amigos y se lo cuentan, Las palabras que acaba de pronunciar el señor presidente del Consejo negando mis afirmaciones producirían un desastroso efecto en el país, créalo su señoría.
Su situación es malísima, y conste que son soldados de todas clases, no ya socialistas los que tales cosas dicen. Pero es más, y si no me hubiera distraído, hubiera podido leer aquí una en la que se me contaban cosas horrorosas.
Era una carta que mandaba a sus amigos, no para que se publicase, vaciando su alma, diciendo todo lo que pasaba donde él estaba. Todo esto es exacto y cuando se llega a esta situación, en lo que respecta al envío de fuerzas, en la cuestión de los armamentos y en el trato dado a los soldados, ¿ qué guerra es la que se va a realizar allí?
Y todo esto, como no se hace tapado ni entre cortinas, se sabe por los moros, y por los franceses y por los ingleses, y por los alemanes, y aunque claro está que no van a publicar en sus periódicos todo esto, en su fuero interno, ¿ qué concepto formarán de nosotros? ¿ Qué concepto tendrán de nuestros servicios allí?
Yo he de recordar a ver si me recusan también esta cita las palabras pronunciadas por el señor Sánchez de Toca con respecto de esto. No son palabras mías. Supongo que estará bien informado, que habrá visto las cosas y que no será puro producto de la fantasía del señor Sánchez Toca, aparte de que allí hay hombres que pueden manifestarlo. Antes me dirigí al señor Villanueva, que tiene allí muchas relaciones y que no diré que tenga por toneladas los datos y documentos que de allí se manden, pero seguramente no le faltarán.
No se trata de gentes que digan que van contra España. Yo he leído todo eso, tengo noticias que me han dado, y de esos escritos brotan una amargura y una pena extraordinaria. Cuando eso se dice y se escribe, cuando los hechos permiten comprobar tales datos, eso no es cosa que pueda negarse o que se pueda contestar con unas cuantas palabras ni buscando una evasiva. Después de eso no queda más que una cosa o el propósito de corregirse, o prepararse para un naufragio. (El señor presidente del Consejo de Ministros: Naufragio sin víctimas.) Lo que allí hay es el predominio del sistema militar, como lo hubo en parte para aceptar el Tratado del cual somos esclavos. Pero en medio de todos los errores y desaciertos, en me dio de esa desorganización, échase de ver que todo ello obedece a ciertos sentimientos y aspiraciones, porque si no fuera así, ¿cómo se explica la tenacidad en mantener el sistema? ¿ Cómo se explica que se siga por tan desastroso camino) Aquí se ha dicho que cierta acción que se desarrolló en la entrada de Zeluán, no fue sino una cosa hecha por el general Marina, de la cual se hizo responsable el Gobierno del señor Maura, pero yo creo que es nuestro deber decir al país toda la verdad. En esos pasillos, fuera de esta Cámara a elementos mauristas les he oído decir que la entrada en Zeluán se llevó a cabo por voluntad del rey, no por mandato del Gobierno. (Protestas de la mayoría.) Yo consigno el echo, (El señor presidente del Consejo de Ministros: ¿A quién lo ha oído? (Varios señores diputados republicanos: ¡Lo han dicho! Otros señores diputados: ¿A quién lo ha oído?) Yo lo he oído a los mauristas. (El señor conde del Moral de Calatrava: ¿A quién? ¡Vengan los nombres! El señor Soriano: ¡Eso es una vulgaridad!) Señor conde del Moral de Calatrava, no he de decir los nombres, pecaría de inocente. Lo que digo a su señoría es que me arrancaría la lengua antes de decir una cosa que no fuera la verdad. He oído aquí a liberales y conservadores, a hombres políticos de todos los partidos, que la dirección de la guerra era del rey. (El señor ministro de Estado No hay más que la de los Gobiernos responsables, Rimores en la minoría republicana, El señor ministro de Estado: Ahora y siempre.) Después, para convencerme de la existencia de este Poder personal, me encuentro con que un ayudante del rey ha ido a Tazza, y otro a Marruecos, yendo de un punto a otro. Yo no entiendo de milicia, pero creo que los ayudantes no están más que para transmitir órdenes de sus jefes. Y el Poder personal no se nota sólo en las guerras, lo notamos también en la política internacional. Pues que, ¿no saben los señores diputados nada de los deseos que se manifestaron cuando triunfó la República portuguesa? (Protestas de la mayoría. El señor ministro de Estado: Eso es una leyenda.) ¿Puede negarlo su señoría? (El señor ministro de’ Estado: Leyenda, en absoluto. Estamos con Portugal en las mejores relaciones.) No es leyenda. No hace muchos días que se publicó en un periódico extranjero un telegrama que ha reproducido El Imparcial que dice lo siguiente:
Un reciente discurso de Alfonso XIII ha definido la política exterior de España. Se orienta sin discusión posible hacia la triple entente y tiene por base una inteligencia cordial y con el Gobierno inglés y francés. La del rey a este respecto es tan formal y tan fuerte que se impone en todo su país a los factores de la opinión. Y en la p política nacional pasa lo mismo. Por la influencia del rey se quitan jefes de partido y se sustituyen por otros, como pasó con el señor Moret sustituyéndole el señor Canalejas. (Protestas de la mayoría.) Y con el señor Maura, sustituyéndole el señor Dato. ¡Ah¡, señor conde de Romanones, tenga su señoría mucho cuidado con no ser sustituido en su jefatura. Se sabe también que en las elecciones hay influencias del Poder personal.
El señor presidente: Señor Iglesias, no puede seguir su señoría por ese camino.
El señor Iglesias: Señor presidente, creo que la misión del diputado es decir al país lo que él cree que es la verdad.
El señor presidente: No hay más verdad en el régimen que la Constitucional. El Gobierno responde de todos los actos desde la intención que los inspira hasta la ejecución de la misma., Diríjase pues su señoría al Gobierno.
El señor Iglesias: Pero yo no tengo que relacionar unas cosas con otras para sacar las consecuencias.
El señor presidente: El Reglamento le veda a su señoría discutir lo indiscutible, y a mí me impide autorizarlo, por consiguiente, encarezco a su señoría que todos los cargos que haya de dirigir los dirija al Gobierno, que está ahí para contestar.
El señor Iglesias: Llamo la atención del señor presidente sobre esto. Precisamente para censurar que los jefes de partido y los hombres políticos toleren eso tengo que decirlo, porque si no no podría formular los cargos.
El señor presidente: Es que parte su señoría de un supuesto, que aquí no se ha manifestado, y su señoría no debe de traer a la Cámara leyendas o manifestaciones de opinión sin fundamento. (Protestas en la minoría republicana.)
El señor Iglesias: Señor presidente del Congreso, ¿es que no puedo yo traer aquí lo que se dice fuera? ¿Es que no puedo relacionar una cosa con otra? Poca tarea tendría yo si no hablase más que de lo que aquí se trata.
El señor presidente: Lo que no puede hacer su señoría es apoyarse en testimonios más o menos anónimos de fuera de aquí para traerlos al debate o formular cargos más que contra el Gobierno, que es a quien debe de dirigirse su señoría.
El señor Iglesias: Yo no lo discuto. Lo que hago es traerlo como dato y presentarlo a la Cámara. Yo sé la obligación en que está su señoría, pero créame el señor presidente.
El señor presidente: No es sólo obligación mía, a su señoría obliga igualmente el cumplimiento de los preceptos reglamentarios.
El señor iglesias: Decía yo, señor presidente, que he visto un periódico un escrito donde se habla de que ese influjo se ha notado hasta en la política electoral. Yo no lo he inventado, y Como Yo entiendo que el Poder personal es una cosa dañosa para nuestro país y como creo que parte de lo que está pasando en África y de lo que ocurre en nuestra política es consecuencia… (Las protestas de la mayoría y minoría monárquicas y los aplausos de los republicanos impiden oír la terminación del párrafo. El señor presidente agita la campanilla reclamando orden.)
No lo hago, señor presidente de la Cámara, señores ministros, ni señores diputados, aunque creáis otra cosa, quien lo crea, por desplante, lo hago porque lo estimo un deber, pero, señor presidente del Congreso, yo ya no tengo que tratar más respecto a este asunto. (Un señor diputado: Ha dicho todo.) ¿Es que yo no puedo hablar de eso, porque no uso los términos del señor Sánchez Toca para hablar de ello?
El señor presidente: Eso no lo puede discutir nadie aquí.
El señor Iglesias: Yo dicho lo que tenía que decir, pero si tuviese que decir más, señor presidente, por entender que era la verdad, lo diría, y si mereciese algún castigo, que se me impusiera se me impondría por decir ante el país lo que creía Ya verdad. (Murmullos en la mayoría.) No estáis enterados, si lo estuvieseis, sabríais que cuando hacemos aquí afirmaciones o hablamos de lo que haríamos, lo cumplimos. (Nuevos murmullos.)
Todavía me queda bastante que decir, y por ella ruego al señor presidente, por lo avanzado de la hora, que suspenda la sesión porque además me encuentro muy fatigado. (Protestas de la mayoría.)
El señor presidente: Se suspende esta discusión.
El señor presidente del Consejo de Ministros (Dato): Pido la palabra.
El señor presidente La tiene su señoría.
El señor presidente del Consejo de Ministros (Dato): Supuesto que el señor Iglesias ha suspendido el discurso… (El señor Lerroux: Pero, ¿no está suspendido el debate? El señor ministro de la Gobernación: lo mismo da que esté suspendido que no, lo esté, el Gobierno tiene derecho a hablar cuando lo estime oportuno. Protestas en la minoría republicana. El señor Salvatella ._ ¿Es su señoría el presidente?)
El señor presidente: La Mesa, a instancias del señor Iglesias, ha suspendido este debate, pero no está suspendida la sesión y el Reglamento manda que cuando cualquier ministro pida la palabra se le conceda, y como lo ha pedido el señor presidente del Consejo de Ministros, se la he dado.
(Nuevas protestas en la minoría republicana. El señor ministro de la Gobernación: El Gobierno puede hablar siempre.)
El señor presidente del Consejo de Ministros (Dato): Yo no he pedido la palabra para contestar al discurso del señor Iglesias. La he pedido porque el señor Iglesias, traspasando los límites de la Constitución y el Reglamento, ponla a su palabra, esa Constitución y Reglamento que su señoría ha prometido por su honor que cumpliría. (Muy bien.) Ha recogido cosas que nacen en el arroyo. (Protestas en la minoría republicana. Grandes aplausos en la mayoría.)
Todos los hombres que hemos pasado por el Gobierno sabemos que son verdaderas indignidades. (Fuertes protestas en la minoría republicana. Prolongados aplausos en la mayoría y en las minorías monárquicas. El señor Lerroux: Sin estar en el debate, esto no se puede discutir.)
El señor presidente: ¡Orden, señores diputados! (Los señores Santa Cruz y Salvatella piden que se lea un artículo del Reglamento. El señor Sánchez Robledo: Que explique el señor presidente del [Congreso] Consejo esas palabras.)
El señor presidente del Consejo de Ministros (Dato): No dan sus señorías pruebas de liberalismo tratando de ahogar la voz del Gobierno. (El señor Lerroux: Se ha pedido que se lea un artículo. El señor ministro de la Gobernación: Cuando acabe el señor presidente del Consejo.)
El señor presidente del Consejo de Ministros (Dato): He dicho, señores, que lamentaba que se hubiesen recogido en el Parlamento español indignidades que nacen en el arroyo y que en el arroyo debían morir. Insisto en esto y no puedo ofender a nadie. (Grandes aplausos en la mayoría y en otros lados de la Cámara, y protestas en la minoría republicana.)
El señor presidente: La Presidencia ruega a la Cámara que oiga su voz La Presidencia espera que se imponga la reflexión en todos; la Presidencia ruega que ocupen todos sus escaños. No hay conflicto alguno, por grave que sea, que no resuelva la reflexión, dominando las pasiones y el acaloramiento del momento.
Sea cual fuere el incidente, y aunque fuera más grave de lo ocurrido, no creo que nadie pretenda ahogar el sentimiento noble de evitar a dar satisfacción el que deba de darla. Ruego a los señores diputados que contribuyan todos a que este incidente termine, por prestigio del Parlamento, como deben de terminar las discusiones entre patriotas y hombres de honor. (Grandes aplausos.) Puede continuar el señor presidente del Consejo de Ministros.
El señor presidente del Consejo de Ministros (Dato): Decía, señores, que todos los hombres que han pasado por el Gobierno en España pueden declarar, como yo declaro por mi honor, que esas especies calumniosas que su señoría recoge no son más que armas que se esgrimen con propósitos verdaderamente revolucionarios y con plena conciencia de su ilicitud. (Muy bien, muy bien.)
Y a la vez de esta protesta, que no podía de hacer antes de que la sesión se levantara, quiero consignar también otra: la relativa al trato que los soldados reciben en el campamento. El señor Iglesias ha hablado de cartas y de pruebas que no presentará jamás ante la Cámara, porque saben todos los que han visitado los campamentos y basta ver el aspecto de los soldados que de África vienen, para sabor que el soldado está rodeado de todas las consideraciones que el sacrificio por la Patria puede aportar para que cumpla la dificilísima misión que está realizando con tanta abnegación, con tanto patriotismo y con tanto valor, contrastando el empuje de los hijos del pueblo que defienden en África el honor de nuestra bandera con la actitud de los que, no habiendo de ir nunca a la
guerra excitan a las masas en contra de ellas (grandes
aplausos), y dan esas voces y hacen esas manifestaciones que alientan resistencias de los que en África se oponen a nuestras armas. (Muy bien.) Dije, interrumpiendo al señor Iglesias, y ésta es otra manifestación a que me voy a reducir, Porque ahora voy a contestar a su señoría, que la salud del soldado en África era mejor que la salud del soldado en la península, y esto se acreditará por los estados sanitarios de África y de la península, pero no quiero que la sesión se termine sin haber desvanecido la afirmación contraria y muy intencionada de su señoría. Conste, pues, que la salud del Ejército de África es mejor que la del Ejército de la península. «Grandes y, prolongados aplausos de la mayoría y de las minorías monárquicas y ruidosas protestas de los republicanos.)

Enviado por Enrique Ibañes