XIX Cumbre Iberoamericana

Su Majestad, el Rey de España;Señor Presidente de la República de Portugal, Aníbal António Cavaco Silva; Señor Primer Ministro de la República de Portugal, José Sócrates Carvalho Pinto de Sousa; ?Señor Secretario General Iberoamericano, Enrique Iglesias; Sus Excelencias, señoras y señores jefes estado y de gobierno:

Quisiéramos, en primer término, expresar nuestro más profundo sentido de gratitud por la cálida hospitalidad con que se nos ha recibido en esta bella y acogedora ciudad turística de Estoril, que hoy ya podemos comprender por qué razón, en algún momento, Su Majestad, el Rey Juan Carlos I, la había escogido como lugar de residencia.

Pero, además, quisiéramos saludar la escogencia del tema sobre innovación y conocimiento, como aspecto central de reflexión y debate en esta XIX Cumbre Iberoamericana.

Nos parece que para impulsar el desarrollo sostenible de nuestros pueblos, nada resulta hoy día de mayor trascendencia para alcanzar los objetivos de generar mayor riqueza entre nuestros pueblos, que la aplicación de la ciencia, la tecnología y la innovación a nuestros sistemas productivos.

A pesar de la gran importancia que todo esto tiene para el diseño de nuevos paradigmas o modelos de producción, resulta alarmante, sin embargo, constatar la brecha tecnológica que nos separa de otras regiones del mundo.

El nivel de acceso a las tecnologías de la información y la comunicación en América Latina y del Caribe se encuentra muy por debajo del nivel alcanzado por las economías desarrolladas. Lo mismo ocurre con el uso de la banda ancha, lo cual indica menor uso del Internet.

En lo que se refiere a indicadores tan fundamentales como inversión en investigación y desarrollo; el número de científicos con respecto a la población; el registro de patentes y la calidad de las universidades, el rezago que experimentamos es preocupante.

De acuerdo con datos del Instituto de Estadísticas de la UNESCO, mientras los Estados Unidos, Japón y la Unión Europea representan cerca del 70% de la inversión global en investigación y desarrollo, en América Latina la inversión es prácticamente nula.

Brasil, que es el mayor inversor, sólo lo hace en una proporción de 1% del PIB; Chile con 0.7%; y Argentina y Méjico con 0.5%.

Para el año 2007 había 1 mil 063 investigadores por cada millón de habitantes en el mundo. La mayor parte de esos investigadores se encontraban concentrados, sin embargo, en Asia, los Estados Unidos y Europa.

En nuestra región, los países con mayores niveles de representación son, una vez más, Brasil, con 625 investigadores por cada millón de habitantes, y Méjico con 464.

En lo que se refiere al registro patentes, la diferencia entre el mundo desarrollado y el mundo en vías de desarrollo es de una proporción de 100 a 1; y en lo relativo a la calidad de las instituciones de educación superior en el ranking de universidades que se hace a nivel global, en las primeras 1000 consideradas no aparece una sola de América Latina.

Todo lo antes expuesto sirve para indicar que verdaderamente existe una profunda brecha científica y tecnológica entre nuestros pueblos y las economías más desarrolladas.

Esa brecha representa un serio peligro, mirando hacia el futuro, pues podría constituirse en una nueva fuente de ensanchamiento de los niveles de desigualdad económica, social, política, científica y cultural que separan los países ya situados en distintos niveles de desarrollo.

Pero en lugar de sentirnos derrotados y considerar que no existen perspectivas para superar la situación actual, lo que habría es que cambiar de actitud y de mentalidad y convertir eso que hoy se denomina como brecha digital en una oportunidad digital para el desarrollo de nuestras naciones.

Aunque hay quienes podrían sostener que lo que estamos afirmando cae en el plano de lo utópico o lo ilusorio, lo cierto es que por el mismo nivel de desarrollo científico y tecnológico acumulado, así como por su uso cada vez más amplio, por vez primera en la historia de la humanidad, se disponen de instrumentos al alcance de los ciudadanos, para producir verdaderos cambios cualitativos.

Para lograr ese objetivo, se requiere, en primer lugar, priorizar la formación de recursos humanos. Para ello, se hace imprescindible fomentar políticas de cooperación e intercambio entre universidades y centros de investigación que hagan posible una transferencia de tecnologías y conocimientos.

En segundo lugar, también es de vital importancia que a nivel nacional se diseñen y apliquen nuevos modelos de desarrollo económico y social, fundamentados en el uso intensivo de la ciencia, la tecnología y la innovación.

Este nuevo modelo económico debería tener como meta mejorar la competitividad de nuestras economías, procurando una mejor inserción en los mercados internacionales sobre la base de mayor generación de valor en la cadena global de producción y comercialización.

De un modelo de trabajo intensivo, nuestras economías deberían plantearse realizar una transición hacia un modelo de capital intensivo, con un fuerte componente tecnológico e innovador, generado sobre la base de una asociación estrecha entre el sector público, las universidades y el sector empresarial.

Consideramos que una mayor cooperación e intercambio de conocimientos y experiencias entre las naciones que conformamos el mundo iberoamericano, en el marco del Programa Iberoamérica Innova, anunciado en el marco de esta cumbre, puede ser de gran utilidad en identificar fuentes de financiación, redes científicas y organizaciones empresariales dispuestas a emprender los cambios necesarios.

Los desafíos que enfrentamos por delante se encuentran en nuestra capacidad para poder diseñar y elaborar nuevos programas de software; para incubar empresas tecnológicas; para extender hacia las medianas y pequeñas empresas el uso de las tecnologías de la información y la comunicación; en incrementar la producción agroalimentaria, utilizando sistemas de climatización controlada; en crear nuevos mecanismos para la protección del medio ambiente; en desarrollar nuevas fuentes renovables de energía; en avanzar hacia la innovación en productos derivados de la biotecnología; en fomentar el uso de la ingeniería de los nuevos materiales, la mecatrónica y la nanotecnología.

En fin, en comprender que la única revolución posible del Siglo XXI, es la revolución del conocimiento, la cual ha de conducirnos, por vez primera, hacia una verdadera reducción de la pobreza, disminución de las desigualdades, sostenibilidad del medio ambiente, desarrollo de nuevos talentos, fomento del arte y la cultura; y la promoción de la prosperidad, de la paz y el bienestar social.

¡Muchas gracias!