Inauguración de las Cortes

FRANCISCO FRANCO

Nuestros dos Alzamientos nacionales, el de antaño ante la invasión napoleónica y el que encarna nuestra Cruzada, demuestran que la decadencia de España no reside en la falta de valores raciales de sus hijos, sino en la de sus clases directoras. Se trataba de una decadencia política, no de una decadencia moral.

Ésta es la suprema razón de que al proceder a la ordenación jurídica de nuestro Estado nos separemos de aquellos grupos corrompidos y evitemos que aquellos vicios que caracterizaron al pasado sistema puedan retoñar en el presente, buscando, en cambio, en las instituciones tradicionales españolas el tronco viejo en que injertar ramas nuevas y lozanas de nuestro Movimiento.

Hemos de hacernos el traje a nuestra medida, español y castizo; que si el régimen liberal y de partidos puede servir al complejo de otras naciones, para los españoles ha demostrado ser el más demoledor de los sistemas, incompatibles con la unidad, la autoridad y la jerarquía.

La administración y gobierno de los pueblos constituyen la más ardua de sus empresas políticas, y cuando una nación realiza el esfuerzo que la nuestra acometió para salvarse, necesita cuidar con esmerado empeño del firme establecimiento de una doctrina y directrices políticas que por encarnar verdades eternas e indiscutibles llegue a asociar los anhelos de los distintos sectores nacionales en una unidad de destino.

Nuestra Cruzada, con nuestra victoria rotunda y sin limitaciones, abrió en España una nueva era, en la que con los derechos dimanantes de la legitimidad del Poder del que salva una sociedad instauramos un sistema de gobierno ilustrado y paternal, que, sin mengua de los poderes y responsabilidad que corresponde a quien encarna la potestad suprema, garantice por la ordenada colaboración de todos los sectores el acierto en las leyes, el orden en la Administración y la justicia en los Tribunales.

Así, desde los primeros tiempos de nuestra Cruzada, anunciamos a España el ideario por el que luchábamos, definiendo el perfil moral, filosófico y jurídico que había de tener el nuevo Estado, iniciándose con la etapa política de unificación y creándose el Consejo Nacional de FET y de las JONS, que constituye, bajo mi jefatura, el órgano supremo para la depuración de nuestra doctrina y la continuidad de nuestro Movimiento, de esta Revolución nacional que nadie puede desconocer.

Dos siglos de decadencia política, de mediocridad de nuestras clases directivas, habían ido creando un complejo de inferioridad en nuestro pueblo, que alentaba la labor jeremíaca y extranjerizante de los intelectuales. Contra ellos se enfrentó la Cruz del español, abriendo cauce a la más fecunda de las revoluciones, despertando la conciencia colectiva de nuestra nación en una explosión de heroísmos y de voluntad.

El pueblo español, que se ha encontrado a sí mismo, no se dejará vencer más por aquel pesimismo demoledor ni por el espejismo del prestigio de intelectualismos trasnochados; necesita conservar su voluntad de acción frente a todo lo que intente adormecerlo. Nadie comprendería el que en medio de la Cruzada hubiéramos retrocedido ante unos sacrificios más; pues bien: ése es nuestro caso, nuestra unidad, un pedazo de aquella gran batalla, y ante ella o cuanto le amenace no pueden detenernos ninguna clase de consideraciones o sacrificios. No nos basta sobrevivir: el dilema está entre renovarse o perecer.

No han de ser sólo el cálculo mercantil ni la austeridad administrativa los que han de decidir nuestro futuro histórico, sino la acción aparente y la continua voluntad de Imperio; que a última hora esa mediocridad con la que tantos torpes y timoratos sueñan no es más que la antesala del no ser.

Por ello la organización y equilibrio de los elementos constitutivos de la sociedad la subordinamos a ese interés supremo.

Aspiramos no sólo a que la moralidad y la virtud imperen en quienes aspiren a las funciones públicas, sino también a que siempre les acompañe la fe más grande en nuestra vasta empresa. Pretendemos que se ilustre sin desmoralizar, que se progrese sin destruir. Queremos libertad, pero con orden, y consideramos delictuoso cuanto vaya contra Dios o la moral cristiana, contra la Patria y contra lo social, ya que Dios, Patria y Justicia son los tres principios inconmovibles sobre que se basa nuestro Movimiento.

Enviado por Enrique Ibañes